«Y luché contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad, para llegar a tu rostro desierto y en su arena leer que nada espere, que no espere misterio, que no espere.» Gilberto Owen

miércoles, mayo 30, 2007

De memoria ciega


JULIO CÉSAR FÉLIX


I

La poesía yace sin reposo,
regenerándose,
existiendo en máscaras ocultas,
reinventándose
en el lecho vocálico
de esta espera de ritmos.


II

Espejos de la memoria
Incitación al canto
Desesperación metálica
de esta ciudad nocturna.


III

Las olas de la madrugada
ahogan a las palmeras
cuando el viento
coquetea con ellas:
las abraza,
las posee
en el tono cadencioso
y rítmico
de su vuelo libre.


IV

MAGIA EN LA CIUDAD

Desde un alto edificio
escucho las gotas
que resbalan
sobre las ventanas:
éste es un privilegio en el siglo...
vientos de humedad
en el rincón
más seco del mundo.


V

Por ahí escuché hablar
alguna vez
sobre la sutileza
del pelícano,
su fragilidad
y transparencia:
infancia de mar.


VI

Las horas hacen brotar
mareas fosforescentes
animadas por el astro diurno:
transmito
el encuentro con la voz,
con el otro,
conmigo.


VII

Esta tarde
guarda incansables diálogos
de perros,
silbidos en las calles,
tantanes de puertas,
martillazos,
un sonido prolongado
de teléfonos:
mientras un ave
se posa
sobre la rama
de un árbol
y apenas canta
con su débil voz.

Se me ha olvidado estar solo.


VIII

SE NOS OLVIDA EL MUNDO

La Ciudad de México
grita de espanto,
inundación la madrugada
de asfalto dolorido
el tiempo crece
en su lento fluir de espuma.


IX

Una de mis atracciones preferidas
es la de escuchar el silencio,
segundos, minutos, horas
en el corazón.


X

El agua fecunda
este árbol de recuerdos.


XI

LA MUERTE

Voy por el camino
silencioso:
aún no es hora
de conocer
la barca de Caronte
ni las frías aguas
del Leteo.

miércoles, mayo 16, 2007

El arte de la pausa, de Jesús Ramón Ibarra

La poesía como engendro de la música y la imaginación

JOSÉ LANDA


Engendro, en esta breve reseña, no debe mal interpretarse en un sentido despectivo sino al contrario, como un halago a la poesía misma, que tiene la facultad de tomar todas las formas y quedarse con ninguna, y al poeta, que engendra pequeños o grandes seres, dignos de la mejor imaginería antigua o contemporánea, monstruos o deidades, héroes o villanos, que terminan por tomar vida en los sentidos del lector.

Así, el poema puede ser una cruza de seres míticos con personajes actuales, mudos o capaces de hablar en el lenguaje del jazz y encantar los oídos de su creador y sus lectores, a la manera de las nereidas que cautivaban y enloquecían a los marinos que, en este caso, suelen ser lectores que se aventuran en el océano de la poesía, y corren el riesgo de perderse, o en caso contrario, encontrarse a sí mismos.

El arte de la pausa, libro de poesía en prosa de Jesús Ramón Ibarra, nos permite recordar apreciaciones acerca de la concepción de la poesía y su música interna. Para el estadounidense Jack Kerouac, el mejor ritmo en el poema no es aquel marcado por los signos de puntuación, sino el que nos da la propia respiración que es esencial en el acto del habla y otorga al discurso literario una sensación de espontaneidad, sensación porque, en el caso de poemas como los de este libro de Ibarra, son efectos del texto poético generados, muy posiblemente, adrede.

Ya una vez entrados en el tema de la respiración, de sus correspondientes pausas, podemos igual pensar en el tiempo como parte del propio poema. Y es que El arte de la pausa contiene, precisamente, ese elemento de tiempo y de respiración al momento de la lectura del poema, de su ejecución.

El poemario que nos ocupa, está construido a partir de referencias musicales, pero sobre todo de imágenes motivadas por una música específica, en este caso el jazz. La inspiración, el numen, el estro, o sus diversas formas de llamarle a ese soplo que genera la creación en cualquiera de sus manifestaciones, es también clave en el arte de pausar, pero también, de pautar, en el transcurso de la lectura de los textos de Ibarra.

Inspiradas más que en el jazz como género, las líneas ibarrianas lo están en ese jazz al estilo de Miles Davis, convertido en personaje poético, a quien se evoca e invoca en repetidas ocasiones. Entonces, Miles, el personaje, se pasea, se pavonea a su antojo, mientras ejecuta su sordina Harmon, emite notas melancólicas, cortas. No obstante, las oraciones de los poemas que componen este Arte de la Pausa no son, necesariamente, cortas, pero contienen sus benéficas dosis de pausas, de cortes, de variaciones en el aliento.

Símbolos persistentes a lo largo de la lectura, son las aves –y por supuesto el vuelo, el aire, la ventisca–, una niña, un trompetista –cuyo nombre conocemos– y la nieve. Símbolos que refieren abstracciones como la libertad, la pureza, el asombro de la infancia que mira como descubriendo las cosas, el movimiento, pero también, nos llevan a referentes concretos y extraliterarios, como la adicción del Miles Davis real, concreto, a la cocaína.

El libro juega con la posibilidad de plantear una poética a través de los poemas mismos, de esas poéticas que comienzan por aplicarse en sí mismas, cuya vigencia pudiera concluir donde comienza. Nos encontramos ante asuntos que involucrarían directamente al texto poético y a la poesía como tema de los poemas. Tenemos, pues, a una poesía que nace. Tenemos a una poesía que se desarrolla. A una poesía, una niña pura, o una mujer que deja de ser intacta, como lo plantea la propia voz poética, al aludir a esa virgen que claudica.

La poesía niña tiene que ver, por supuesto, con ese jazz, con esa poética de la respiración, de la pausa. Cito:

En su delirio la niña pronuncia la palabra jazz, mientras el animal dice la palabra vive, y de su lengua caen las gotas de una manzana quemada.

Su libertad tiene que ver con las aves, con cormoranes ambiguos como la literatura misma, pues el cormorán es de los pocos pájaros marinos que son capaces de permanecer bajo el agua por más de un minuto y descender hasta diez metros; sus alimentos, los peces, se encuentran como el o los sentidos de este Arte de la pausa, muy abajo, muy por dentro del mar, y hasta allá penetran en busca de lo que les mantiene vivos. De tal suerte, leemos conforme avanzan las páginas, asociaciones de símbolos clave dentro del poemario, los cormoranes, la niña, el corazón –tan íntimo como los peces que nadan a diez metros bajo el agua–, el trompetista. Cito:

Una parvada de cormoranes perfila el corazón de la niña. Su cuerpo es una gota de té en cuyo fulgor el trompetista toca Someday my Prince Will Come. Su cintura es un aro de niebla. Su vientre una copa de resina donde el trompetista quema sus alas.

En el cuarto los cormoranes tiemblan frente a la noche del espejo. Su vuelo tiene la forma de una mano encantada en cuyas líneas Miles Davis escribe una melodía distraída; una lengua de sal que abarca los veneros de la fiebre, un halito de jazmín que brilla en los labios. Fin de la cita.

Esa nieve que, por una parte, representa la paradoja a la manera de Quevedo que dice nadar sabe mi llama el agua fría y perder el respeto a ley severa, por la otra bien puede sugerirnos la albura de esa poesía niña, de esa música –considerando su etimología vinculada a la palabra musa– que está naciendo permanentemente, pero a su vez agoniza, víctima de las fiebres que requieren de agua congelada para bajar la temperatura. Sin embargo, queda también la vinculación extraliteraria a ese elemento que marcara a Miles Davis, el referente real de este Miles Davis ficticio: la cocaína, que va y viene como la nieve, en su vida.

Cito: La música de Miles es preludio de la nieve. Sometimiento del hilandero a la tensión que siembra en el rostro su trama.

Más bien la voz de la nieve al apagar los incendios interiores en una estatua.

Miles Davis de regreso a la nieve, vinculado a la brizna que pulsa la rosa del aire. Quemazón de paja en los ventisqueros de la neblina. Un silbo de pie como espada hurgando las entrañas de la piedra.

Los poemas con que cierra el libro, no podían ser ajenos a la intención inicial, al planteamiento del poema como una música, de un ritmo hijo de la respiración, las pausas y las pautas, los zumbidos de avispas que es capaz de producir el ejecutante a través de su Sordina. Así, leemos definiciones, conceptos, semejanzas y divergencias, particularidades entre la palabra pausada y pautada, y la música que evoca. Cito:

Pausa: un pájaro vuela hacia sí. Nota distraída en su ronda:
gota de mercurio en el pecho

Pausas en la música de Miles: derroteros de la ingravidez
invocan los misterios de una nevada

arte de la pausa: soliloquio del resplandor.

Por último, sólo resta señalar que este Arte de la Pausa, de Jesús Ramón Ibarra, poeta de las nuevas generaciones mexicanas, vale más que la pena para editarse y difundirse, con el financiamiento de quienes organizan el merecido Premio Nacional de Poesía San Román 2005 (*).

Enhorabuena, y ojalá que el gobierno municipal que entrará en funciones a partir del mes entrante, no eche por la borda esfuerzos tan importantes como el del ex alcalde Fernando Ortega, hoy senador, a través de su coordinadora de cultura, Iliana Pozos y la directora de Desarrollo Social, Leticia Carrillo. Hago votos porque la cultura nunca más sea considerada mero requisito burocrático de lo políticamente correcto, para que se convierta en parte esencial del desarrollo de un municipio y un país.

(*) Jesús Ramón Ibarra gano, en 2005, el Premio Nacional de Poesía de San Román.


JOSÉ LANDA
FICHA LITERARIA COMPACTA


Escritor y periodista campechano. Desde 1993, ha publicado una docena de libros en Campeche, Ciudad de México, Guadalajara y España, de los cuales seis son individuales, entre los que se cuentan La Confusión de las Avispas, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en 1997 y el más reciente, Mirar desde el Oscuro Laberinto, de Ciudad del Carmen 2006. Entre los colectivos se encuentra Proemio Seis, publicado en Granada, España, este 2006. Ha obtenido 15 reconocimientos, entre ellos el Premio de Poesía José Gorostiza, de Tabasco, 1994, y la beca de creación literaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 2004 ganó el Premio Nacional de Poesía de los Juegos Florales de San Román.

viernes, mayo 11, 2007

Despertar sonoro: Vivo sueño

Comentario a la obra de Cosme Álvarez


LEONEL RODRÍGUEZ


UMBRAL: LUZ ENTRE LA NIEBLA

México, circa 1983. Años de cierto auge, aunque la recesión del año pasado ha causado estragos. Se vive con la inercia de treinta años de crecimiento económico y cierto esplendor cultural. Para un joven que descubre una nueva soledad y también a los otros, a la mujer —otra entraña—, la ciudad y los libros son el combustible que alienta a recorrer ese escenario múltiple: desde la Ciudad de México, hasta el norte de Sinaloa y puntos intermedios, laterales, el viajero teje redes de significado, relaciones que habrán de enlazar palabras —versos que en esos años son la mirada silenciosa de un joven poeta que llena cuadernos, habitante de una ciudad hoy desconocida e inexistente, acaso recordada por algunos; escenario vacío, o en proceso de vaciarse, después de 1985.

Sin duda, se trataba de una Ciudad de México que ya no está ahí. Ciudad de caminantes, andar por ciertas calles era inmiscuirse en las atmósferas y en el ser de la gente que uno descubría en las páginas de Renato Leduc o Efraín Huerta; los parques de las colonias Roma y Condesa eran y son el aire que respiran muchas novelas de Juan García Ponce; si la curiosidad nos llevaba a las librerías del sur era probable ver a Juan Rulfo, tal vez el mismo día que uno había terminado de leer ¡Diles que no me maten! o la muerte de Susana San Juan en Pedro Páramo.

Como todavía es posible sentirlo, gracias a la herencia de apertura que generaciones como Contemporáneos y de La Casa del Lago hicieron realidad, los jóvenes llamados a la poesía sentían su pertenencia a la cepa que las obras de Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia: Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo: Julio Cortázar, Borges, Mario Vargas Llosa, José Lezama Lima: José Carlos Becerra: T. S. Eliot, Saint-John Perse: Henry Miller, D. H. Lawrence, Hermann Hesse, Lawrence Durrell: William Faulkner, Hermann Broch: Gérard de Nerval, Hölderlin y Novalis (por no hablar de músicos, pintores y cineastas) levantaban y levantan como un árbol.

Puede parecer que se habla de otro mundo. Quizá lo sea. Los más jóvenes, los más inquietos, percibían que la escritura y el arte eran elementos indispensables para vivir. Seguir este llamado, obedecer a los impulsos internos, despertaría la conciencia de un naufragio: en septiembre de 1985 todos supieron que la vida conocida se había derrumbado en las imágenes de aquellos días. Muchos de los viejos murieron por entonces, muchos jóvenes también, sin causa, por el peso de los hechos. Lo que siguió, para los vivos, fue un cambio de norte. Para ésos que perseveraron, la escritura se volvió intensamente la creación de un nuevo sentido, luz entre la niebla.

Se había vivido sobre la construcción de los fundadores. Al desmoronarse, el presente se mostraba como fundación que no termina.


ÉSOS QUE PERSEVERARON: PALABRAS QUE LLUEVEN SON MÁSCARAS

Cosme Álvarez (Villa de Ahome, 1964) es autor del poema en nueve cantos Vivo sueño (Ediciones sin nombre, Difocur, 2006); también de los poemarios El azar de los hechos (1998), El cántaro de fuego (1994) y Sombra subterránea (1992), publicado bajo el nombre de Cosme Almada. Como indica su año de nacimiento, Cosme Álvarez es parte de aquella camada de «últimos mohicanos» —entre otros: Jorge Fernández Granados, Luis Ignacio Helguera, Samuel Noyola, Pablo Soler Frost, Mario González Suárez— que convivieron, o tuvieron la posibilidad de hacerlo, con los artistas de la generación de La Casa del Lago, señaladamente con Juan García Ponce y Huberto Batis.

Este comentario del poema Vivo sueño comienza con la mención, no pormenorizada, de dos libros anteriores de Cosme Álvarez.


1. Sombra subterránea (1992)

Desde su primer poemario, la escritura de Cosme Álvarez define la identidad de su autor en el mundo. Las palabras de un poeta encuentran su acomodo fuera del ruido, en el silencio del escritor, sólo para volver al mundo, renovándolo y haciendo habitable un sentido. (La novedad de esto es antigua como un recién nacido que patalea sobre nuestra cama.)

Las palabras de un poeta quieren ser un arco que une la realidad con lo que no existe, pero está, con insistencia, en alguna parte: en el sueño, que al nombrarse queda libre de existir.

Sobre todo, la poesía dialoga con los hombres y con su realidad. Un poeta joven tiene el conocimiento de que su primera urgencia es hablar consigo mismo. Quiere verse y lloverse en sus palabras. Así se demuestra en Sombra subterránea, poemario donde una voz se dice sin complacencias —todavía parca en su nuevo decir, como un explorador de avanzada, cauteloso—, sin caer en un lenguaje excesivo.

«Las palabras —esa lejana memoria—, crean/ o destruyen al ser que les dio acomodo.» Así se crea en cada verso, con el cuidado de quien sabe que distinguir la creación de la destrucción es delicado. Se trata de un libro que, ya en 1992 (aunque escrito a lo largo de la década anterior), prefigura ciertas maneras de los poetas de la primera década del siglo XXI. Busca la realidad en una escritura que brota de la nada, más allá del desorden.

El poeta roba palabras, pero ellas lo usan para decirse con un sentido propio, distinto cada vez, diferente en cada poeta (Ver Nota al final).


2. El azar de los hechos (1998)

El siguiente libro de Cosme Álvarez es la visión de un hombre que mira con los ojos cerrados, hacia adentro. Esos ojos que intensamente miran, como dirá un verso del libro que ocupa este comentario y al cual todavía no llegamos, ya hablan en este libro. Ojos que dicen árboles, la herencia de las costumbres, pueblos y las urbes, sociedades donde las personas abandonan su nitidez. Los mástiles de barro, los hombres, gotean los días y se hacen invisibles en la noche, ¿para qué? No es casual que el poema final y más extenso se llame Oscura. Porque oscura es la raíz del día y si ha de buscarse algo, será en su fuente. Decirlo todo de nuevo. Para alcanzar la otra orilla que crece en nosotros/ haciendo estallar los puentes a la costa.

Oscura es cumbre y umbral dentro de la obra de Cosme Álvarez. Es una prenda completa en sí misma. Es producto de los hilos que comenzó a tejer en su primer libro (¿qué busco?, ¿cómo decir que no sé esto que veo?) y ofrece un punto de partida para la búsqueda de Vivo sueño.

Oscura se asoma al espacio entre los hilos que tejen la existencia tal como la tomamos a diario. Es decir: ve momentos acumulados entre las cosas. Es un semillero que germina en los ojos que lo leen, ramaje de existencia acunando con su copa la vida sin márgenes.


VIVO SUEÑO

Hablemos, pues, con la realidad. Habitemos el espacio que toca nuestra mirada. Lidiamos con un lenguaje que sólo puede aspirar a repetir el decir de la poesía para expresar su efecto. Explicar el poema es imposible. Vivo sueño, poema de Cosme Álvarez, es un poema verdadero. Desde esa línea nos acercamos a él, buscamos señalarlo como a un venado entre la maleza.

Frente a la llama de una vela, un hombre mira más allá de la materia que toca con sus manos. Su tacto es fugaz; los objetos largamente conocidos apuntan hacia la realidad de otros instantes; la mesa, la silla, son la mano del carpintero, son el bosque, robles y eucaliptos; son el vuelo de las aves regadoras de semillas...

Cobijado en la noche, el hombre se encuentra, al mismo tiempo, de pie en la obscuridad sin hora que no ofrece sustento: su desvelo recorre caminos que no han sido marcados; detrás de él no queda huella: un paso atrás no es un regreso a lo seguro; con cada avance, su cuerpo inventa el nuevo espacio que lo contiene. El hombre alumbra al mundo que lo rodea.

Así comienza nuestro diálogo con un libro de poesía. A cuenta gotas hasta topar el borde del vaso que contiene nuestro impulso. Porque queremos conversar con la realidad.

El poema convierte la mirada distraída del lector en la sustancia de la tierra, en la más negra tierra del subsuelo para que con ella palpemos la raíz del hombre-árbol, espiral de sueño y creación: verdadera cara tras la máscara aparente.

La raíz del hombre es su mirada; por ella, el hombre es transparencia, umbral que señala su otro lado —ahora ceniza, ahora fuego alado—; hombre que da cabida y cuerpo al envés del mundo: vena de lava pura: realidad.

Hay que decirlo: el orden que propone esta poesía es similar al de la vida, no es accesible si hacemos una lectura desatenta. El aliento del poema está puesto con tal evidencia, tan ahí, que al leerlo no se razona, nunca se nos pide raciocinio, mejor nos auxilia el agua clara de la percepción. Todo lo que se nos pide es ver.

Vivo sueño es un libro que habla con los elementos. Sus palabras no son distintas de las que hablamos con los otros en la calle. Al desplegar sus versos, sabemos con asombro que de alguna manera se nos dice lo evidente, pero es una evidencia perdida para la mayoría de nosotros que vivimos inmersos en las horas cotidianas; nuestro asombro se enciende en la certeza de que hemos estado, alguna vez, en el mismo sitio donde nos habla la voz del poema: lo que sabíamos entre brumas el poema lo dice sin tapujos.

En Vivo sueño se busca que hable la huella de esa evidencia perdida. Bajo riesgo de su identidad, el poeta ha rastreado el sentido de una experiencia vital. Como corresponde, el lector que llega a este libro por una necesidad tan imperiosa como la que hizo posible su escritura debe hacer lo propio y recrear el poema, de manera que se contemple esa huella que perdura en las palabras —esa espuma—, voces que son rastros de un sueño dotado de nueva vida por obra de la escritura, vivo sueño que resuena en un cuerpo de palabras: hoy se dice el despertar de un cuerpo, hoy camina en nuestra voz el andar de un fuego antiguo.

¿Qué dicen los nueve cantos de Vivo sueño?, ¿su cantar es la huella de qué ente?: dónde ha estado el hombre que así canta:

Surge una presencia antigua
cuyo extremo esta noche soy yo.
(p. 56)

También:

El hombre, la vida y las palomas,
que sólo cuando mueren vuelan.
No importa; volaremos.
Nacerán nuevos hombres, se crearán nuevos destinos;
otra realidad en otra copa.
Por eso es ahora, la misma hora siempre,
y todos los lugares son el mundo.
(p. 57)

En medio de un desfile de sonámbulos oímos la voz del hombre que está por decidir su vida:

¿Fui aquel adolescente que vagaba
por calles empedradas sin destino
en un pueblo de penumbra y ocaso,
yendo siempre de la noche hacia el día
con el rostro de antifaz heredado
en busca de una máscara de agua?
(p. 93)

La lectura de estos versos tiene un sentido que acompaña. No se busca el tiempo que perdimos: se le dice, se desentraña esa huella, esa evidencia de lo perdido, para acercarnos a esa confluencia de cauces que es la vida y sus posibilidades, para rozarnos con nuestra pregunta en el espejo: ¿Cuál es el nombre del azar que ata letras, forma versos y los lanza para develar una diana introvertida?

La lectura de este poema nos desconcierta y nos mueve a despertar la conciencia de nuestra realidad: persistimos en un naufragio, de ahí que en ocasiones este canto nos rebase como agua amontonada sobre nuestro cuerpo; en otros momentos, nos encontramos en una calma chicha, el pulsar de los ojos sobre la savia del poema nos sumerge en su ambiente intenso: despertamos a su sentido sonoro y lo decimos sobre el techo de agua que nos llueve. Decimos el poema que nos dice. Así nos mantenemos a flote.

Para el poeta que le dio cabida en su obra, para el lector que lo recrea en la lectura, Vivo sueño es un punto de partida, ¿a partir de qué?, del silencio, útero que da luz a la conciencia de la duda; ¿son reales los hechos que forman la cáscara de eso que llamamos vida?; la indagación de Vivo sueño sugiere que la cosa del mundo, lo nombrado hasta la hartura de la lengua, es tan sólo una pausa que aceptamos; nuestros sentidos se abren y lo que nos inunda, en palabras del poema, es tremendidad.

Los nueve cantos de Vivo sueño dibujan una trayectoria sin puntos de referencia: es una sinfonía que surge del silencio, se yergue y abre el sonido de sus ramas, para después hundirse en un silencio nuevo, preñado con una manera de mirarnos inexistente antes del estallido de su música. Es la apuesta total a favor del de la vida sombría y luminosa, inexplicable. En un alto grado, se trata de un poema que consuela y alienta a los que intuyen en su sangre el rodar de un mundo extraño que merece ser expresado y vivido. La marginalidad de los sueños del hombre es la medida de su miseria. Como mendigos, los hombres habitamos una orilla de nuestra realidad.

Vivo sueño es el fuego de la fe del poeta Cosme Álvarez. Con este incendio, queda libre para escribir lo que desee, como un nuevo poeta; también queda en libertad de no escribir en absoluto. El poeta se sitúa en un más allá que no está en otra parte sino aquí mismo; la diferencia es que el mundo gira a su alrededor con un nuevo impulso. Su cantar forma realidad.

¿Qué mira el cantar del poema?

La pregunta cae en nosotros como en un pozo profundo; se desploma hacia la lisura del ojo de agua. Su trayectoria nos abandona en el silencio.


POESÍA DE COSME ÁLVAREZ:

-Cosme Almada. Sombra subterránea. México: CONACULTA, 1992. 82 p. (Fondo editorial Tierra adentro, 47)

-El azar de los hechos. México: Fondo de Cultura Económica, 1998. 87 p. (Letras mexicanas).

-Vivo sueño. México: Ediciones Sin Nombre, Difocur, 2006. 106 p. (Cuadernos de la salamandra).


NOTA

* El poeta toma palabras, flotan en el ambiente y no es necesaria la influencia directa. Donde T. S. Eliot (The Hollow Men) dice: «Shape without form, shade without color,/ Paralysed force, gesture without motion» («Figura sin forma, sombras sin color,/ fuerza paralizada, gesto sin movimiento.»), el poeta de Sombra subterránea dice:

X. SIN CUERPO NI FORMA

Cuando mi cuerpo se hunde en el tuyo,
¿qué es ello que empieza a besarse,
aquella quietud y silencio?
Hay un misterio que habita la carne,
ocurre desnudo.

El sentido es otro porque el poeta es otro.

miércoles, mayo 09, 2007

Premios y más premios


NOTICIAS DESDE LA GUARIDA


2007, año de premios para escritores nacidos en Sinaloa


La literatura en Sinaloa vive, con sus poetas y narradores contemporáneos, uno de sus mejores momentos.

De la Generación de Babel a los Posmodernistas (nacidos entre 1918-1949 y aún vivos) se cuenta por lo menos con tres poetas notables.

De la Generación de Medio Siglo, nacidos en los cincuentas y conformada por dieciocho poetas, hay sin duda otros tres de indudable talento.

De los también dieciocho Poetas del Puente Nuevo, nacidos en los años sesentas, sobresalen ocho, tres de los cuales son reconocidos a nivel nacional.

La llamada -atinadamente- Generación Espontánea (nacidos entre 1970-1980) cuenta por ahora con quince autores, de entre lo cuales es fácil reconocer a seis poetas, dos de ellos ganadores ya de premios importantes.

La prosa escrita en Sinaloa o por sinaloenses motivó lo que se ha dado en llamar la Narrativa del Norte, y sus tres figuras centrales son Élmer Mendoza, Juan José Rodríguez y César López Cuadras.

En 2007, los dos premios de poesía con mayor importancia en México han sido otorgados a dos autores sinaloenses. El primero de ellos, Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por su libro El deseo postergado, que ya circula en librerías.

Enseguida, Jesús Ramón Ibarra (Culiacán, 1965) gana el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen por su libro Crónicas del Minton’s Playhouse.

Ahora, un narrador sinaloense, Álbaro Sandoval Medina, fue el ganador del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras/Border of Words 2006, por su obra Lodo en Tierra Santa.

De Sandoval Medina se tienen pocas noticias. Nació en Culiacán, en 1970, y reside en San Mateo, California. Se ha desempeñado como reportero y editor, y en 2005 obtuvo dos premios de periodismo por reportaje y crónica en Sinaloa.

El Premio Binacional se dirige a escritores mexicanos de hasta 35 años que residen en Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León, así como en entidades estadunidenses como California, Texas, Arizona y Nuevo México.

El premio es otorgado por el Centro Cultural Tijuana (Cecut) y el Programa Cultural Tierra Adentro. Los miembros del jurado, integrado este año por Mauricio Carrera y Eduardo Antonio Parra, y con la recomendación de Miguel Méndez, otorgaron el premio al libro de Álbaro Sandoval Medina "por tratarse de una novela escrita con un lenguaje preciso, poético y al mismo tiempo duro y árido".

viernes, mayo 04, 2007

Premio Gilberto Owen a Jesús Ramón Ibarra



El Owen, de nuevo en las manos de un poeta.

El reconocimiento otorgado a Jesús Ramón Ibarra redime al Premio Gilberto Owen.


COSME ÁLVAREZ

Desde finales de los años ochenta le llaman EL POETA. En 1989 fue merecedor del Premio Inés Arredondo, pero ya antes había dado muestras de su talento, publicando poemas en suplementos y revistas de Sinaloa.

Dos veces ganador del Premio Clemencia Isaura de Poesía -en 1994 con Barcos para armar y en 1997 con Amigo de las islas-, Jesús Ramón Ibarra merecidamente ha obtenido ahora el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2007 (la insitución convocante, Difocur, insiste en poner la fecha de la convocatoria y no la de la entrega del premio), mismo que le será otorgado el próximo 11 de mayo, a las siete de la noche, durante una ceremonia pública en el Museo de Arte de Sinaloa.

Jesús Ramón Ibarra nació en Culiacán, Sinaloa, el 29 de julio de 1965. A los 22 años de edad ingresó al taller de poesía impartido por Ricardo Hernández en la Universidad Autónoma de Sinaloa; en su juventud trabajó como corrector, y también fue comediante y mimo. Ha sido periodista cultural, investigador literario y diseñador gráfico. A principios de los años noventa aseguraba a sus amigos que prefería ser marinero y no poeta.

Melómano de altos vuelos y ferviente admirador de Miles Davis, Jesús Ramón ha dedicado poemas, libros enteros, al jazz, una de sus grandes pasiones.

El Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen es considerado hoy el segundo reconocimiento con mayor importancia en México. Desde hace algunos años, y particularmente en el género de poesía, comenzaba a perder credibilidad y fuerza debido a que -como en el caso de Dana Gelinas y el Aguascalientes- algunos autores y los libros premiados carecen de importancia, de propuesta y de una mínima calidad.

En esta edición, el Jurado estuvo compuesto por Santiago Matías, Eduardo Milán, y por nuestro amigo, paisano, y reciente ganador del Premio Aguascalientes, el poeta Mario Bojórquez, quienes unánimemente acordaron galardonar al libro Crónicas del Minton’s Playhouse -que Jesús Ramón firmó con el pseudónimo “It’s easy to remember”-, porque “lo original de su propuesta se corresponde con el tema: la poetización del género periodístico, que le otorga frescura en la atinada asimilación de sus vertientes formales, la revelación de un mundo no poéticamente prestigiado a través de los recursos de improvisación, síncope, línea de fuga y la recuperación del paisaje nocturno representado por los bajos fondos urbanos”.

El viernes 4 de mayo, dos periodistas (uno sinaloense, el otro de la Ciudad de México) pidieron mi punto de vista sobre la decisión del Jurado. No dudé al responderles con dos frases simples pero para mí ciertas. Al primero le dije: "El Owen, de nuevo en las manos de un poeta". Al segundo: "El reconocimiento otorgado a Jesús Ramón Ibarra redime al Premio Gilberto Owen".

Quienes integramos la comunidad del blog Poesía en Sinaloa compartimos un doble festejo: por Jesús Ramón, pero también por la poesía misma.


LIBROS DE JESÚS RAMÓN IBARRA

Paraíso disperso (1991)
Defensa del viento (1994)
Barcos para armar (1998)
El arte de la pausa (2006)


PREMIOS RECIBIDOS

1994 y 1997 Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura
2005 Premio Nacional de Poesía San Román
2007 Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen

miércoles, mayo 02, 2007

Consideraciones, acaso un acercamiento provisional, a una poética

MIJAIL LAMAS

Siempre escribo para explicarme las cosas, para encontrar respuestas, para entender mi realidad más inmediata, quizá por eso siempre registro los acontecimientos más próximos a mi experiencia vital. Aunque todo lo anterior resulte una obviedad es necesario decirlo.

Hace algunos años, al darse el cambio de siglo, me dio por reflexionar sobre mi época, nada más inmediato que eso; discurrir sobre el pulso de la calle, de cómo esta influía en el amor, la amistad y otros sentimientos y de cómo estos se adaptaban o eran modificados por el entorno y la tecnología; el corazón y la mente encerrados en la soledad de las oficinas: Con todo eso vino una reflexión que me ocupo mucho tiempo: el quehacer del poeta en una época donde lo único que importa son los parámetros que miden la eficiencia y la producción. Me había venido apoyando en el discurso de los poetas de fin de siglo XIX y principio del XX, me emocionaba su anhelo de ruptura y cómo asimilaban con asombro la pirotecnia del progreso, esos discursos eran sentenciosos, optimistas algunos de ellos , otros terribles y sin esperanza. De aquellos modelos pretendía adquirir la verdad para descifrar mi época.

No me engañaba del todo, sabía que conceptos como modernidad y progreso estaban sobrepasados hace tiempo, lo que buscaba era el andamiaje crítico de esos textos. Sabía que el sujeto lírico que hablara en mis versos no debería tener concesiones ni consigo mismo, confieso que no creo haberlo logrado del todo.

En estas aspiraciones el elemento formal no destacaba, había practicado una versificación irregular en estos poemas, si algo de música hay en ellos es una muy acompasada, la música de un pensamiento enfocado más en lo que se dice que en el como se dice. Reconozco que en materia rítmica, hasta ese momento, no había nada establecido de manera deliberada, ya que carecía de una formación formal al respecto.

La mezcla tanto temática como rítmica dio como resultado un libro desbordado en la extensión de algunos textos, pero el libro en su totalidad, por bueno sólo tiene algún aventurado reclamo a nuestra época y la afortunada creación de un personaje: un hombre frente al monitor de una computadora, lugar en el que ha pasado más tiempo que frente al rostro de su amada.

En un panorama general diré que los versos elaborados en ese entonces se quedaban en una mera superficialidad, tan superficial como la época que pretendían retratar.

Ahora soy más ambicioso, hoy hablo del amor.

Para hacerlo me es necesario zambullirme hasta el fondo, no sólo a nivel sentimental. Para poder aprehender el amor en el poema y a su vez lograr explicármelo tengo que ir más lejos. Sólo un mejor conocimiento y uso de mis herramientas me lo permitirán.

Estos versos que ahora escribo han ganado en sobriedad, una mayor contención del sentimiento, una contundencia en la concreción del elemento poético gracias a un mayor conocimiento de mi material de trabajo. Todo lo anterior ha sido posible gracias a la intencionada reducción en el tamaño de los versos, lo cual es directamente proporcional a la capacidad de síntesis expresiva de los mismos. Esto ha sido posible gracias a combinaciones métricas regulares de versos endecasílabos y heptasílabos, así como encabalgamientos en el segundo hemistiquio de los endecasílabos y de los alejandrinos en el caso de algunos de mis poemas más logrados; igualmente combinaciones menos regulares de versos que oscilan entre los de cinco silabas a los de quince.

La consigna ha sido desde entonces convertir al poema en una maquinaría precisa, cada estrofa un organismo sólido y flexible que se comunique de manera natural en forma descendente con las otras, y cada verso una flecha certera y desbordante de sentido.

Aún espero los resultados, así como no hay nada definitivo.



UNA CREENCIA

Consideremos que no será posible lograr una nueva forma de expresión poética sin partir de la comprensión de nuestra tradición y las posibilidades que nos da el conocimiento de las formas clásicas y lo que en estas subyace.

Lo original parte de la reflexión que hagamos de nuestro origen y el reconocimiento del pasado.

Creo en la libertad del verso por el conocimiento del mismo, la libertad de un canto que fluye sin tropiezo es resultado de un atento estudio y conocimiento de su naturaleza; sin este conocimiento corremos el riesgo de repetirnos por no tener más posibilidades a nuestro alcance.

Para decirlo con Horacio

Pero si yo no puedo aquestas reglas
guardar, ni lo propuesto de las veces,
ni darles sus colores a la obras,
¿para que me saludan por poeta?
¿Y por qué quiero más desvergonzado
ignorar neciamente que aprenderlo?

(Arte poética)

Atendamos lo que nos dice Severo Sarduy:

En un momento en que la poesía ha llegado a un grado de total distensión, es decir de total insignificancia –en el sentido más semiológico del término-, en que cualquier acumulación de adjetivos se califica de "barroca", y cualquier pereza de "haiku", creo que un regreso a lo más riguroso, a los más formal, a ese código que es también una libertad…

Así las cosas.