Comentario a la obra de Cosme Álvarez
LEONEL RODRÍGUEZ
UMBRAL: LUZ ENTRE LA NIEBLA
México, circa 1983. Años de cierto auge, aunque la recesión del año pasado ha causado estragos. Se vive con la inercia de treinta años de crecimiento económico y cierto esplendor cultural. Para un joven que descubre una nueva soledad y también a los otros, a la mujer —otra entraña—, la ciudad y los libros son el combustible que alienta a recorrer ese escenario múltiple: desde la Ciudad de México, hasta el norte de Sinaloa y puntos intermedios, laterales, el viajero teje redes de significado, relaciones que habrán de enlazar palabras —versos que en esos años son la mirada silenciosa de un joven poeta que llena cuadernos, habitante de una ciudad hoy desconocida e inexistente, acaso recordada por algunos; escenario vacío, o en proceso de vaciarse, después de 1985.
Sin duda, se trataba de una Ciudad de México que ya no está ahí. Ciudad de caminantes, andar por ciertas calles era inmiscuirse en las atmósferas y en el ser de la gente que uno descubría en las páginas de Renato Leduc o Efraín Huerta; los parques de las colonias Roma y Condesa eran y son el aire que respiran muchas novelas de Juan García Ponce; si la curiosidad nos llevaba a las librerías del sur era probable ver a Juan Rulfo, tal vez el mismo día que uno había terminado de leer ¡Diles que no me maten! o la muerte de Susana San Juan en Pedro Páramo.
Como todavía es posible sentirlo, gracias a la herencia de apertura que generaciones como Contemporáneos y de La Casa del Lago hicieron realidad, los jóvenes llamados a la poesía sentían su pertenencia a la cepa que las obras de Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia: Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo: Julio Cortázar, Borges, Mario Vargas Llosa, José Lezama Lima: José Carlos Becerra: T. S. Eliot, Saint-John Perse: Henry Miller, D. H. Lawrence, Hermann Hesse, Lawrence Durrell: William Faulkner, Hermann Broch: Gérard de Nerval, Hölderlin y Novalis (por no hablar de músicos, pintores y cineastas) levantaban y levantan como un árbol.
Puede parecer que se habla de otro mundo. Quizá lo sea. Los más jóvenes, los más inquietos, percibían que la escritura y el arte eran elementos indispensables para vivir. Seguir este llamado, obedecer a los impulsos internos, despertaría la conciencia de un naufragio: en septiembre de 1985 todos supieron que la vida conocida se había derrumbado en las imágenes de aquellos días. Muchos de los viejos murieron por entonces, muchos jóvenes también, sin causa, por el peso de los hechos. Lo que siguió, para los vivos, fue un cambio de norte. Para ésos que perseveraron, la escritura se volvió intensamente la creación de un nuevo sentido, luz entre la niebla.
Se había vivido sobre la construcción de los fundadores. Al desmoronarse, el presente se mostraba como fundación que no termina.
ÉSOS QUE PERSEVERARON: PALABRAS QUE LLUEVEN SON MÁSCARAS
Cosme Álvarez (Villa de Ahome, 1964) es autor del poema en nueve cantos Vivo sueño (Ediciones sin nombre, Difocur, 2006); también de los poemarios El azar de los hechos (1998), El cántaro de fuego (1994) y Sombra subterránea (1992), publicado bajo el nombre de Cosme Almada. Como indica su año de nacimiento, Cosme Álvarez es parte de aquella camada de «últimos mohicanos» —entre otros: Jorge Fernández Granados, Luis Ignacio Helguera, Samuel Noyola, Pablo Soler Frost, Mario González Suárez— que convivieron, o tuvieron la posibilidad de hacerlo, con los artistas de la generación de La Casa del Lago, señaladamente con Juan García Ponce y Huberto Batis.
Este comentario del poema Vivo sueño comienza con la mención, no pormenorizada, de dos libros anteriores de Cosme Álvarez.
1. Sombra subterránea (1992)
Desde su primer poemario, la escritura de Cosme Álvarez define la identidad de su autor en el mundo. Las palabras de un poeta encuentran su acomodo fuera del ruido, en el silencio del escritor, sólo para volver al mundo, renovándolo y haciendo habitable un sentido. (La novedad de esto es antigua como un recién nacido que patalea sobre nuestra cama.)
Las palabras de un poeta quieren ser un arco que une la realidad con lo que no existe, pero está, con insistencia, en alguna parte: en el sueño, que al nombrarse queda libre de existir.
Sobre todo, la poesía dialoga con los hombres y con su realidad. Un poeta joven tiene el conocimiento de que su primera urgencia es hablar consigo mismo. Quiere verse y lloverse en sus palabras. Así se demuestra en Sombra subterránea, poemario donde una voz se dice sin complacencias —todavía parca en su nuevo decir, como un explorador de avanzada, cauteloso—, sin caer en un lenguaje excesivo.
«Las palabras —esa lejana memoria—, crean/ o destruyen al ser que les dio acomodo.» Así se crea en cada verso, con el cuidado de quien sabe que distinguir la creación de la destrucción es delicado. Se trata de un libro que, ya en 1992 (aunque escrito a lo largo de la década anterior), prefigura ciertas maneras de los poetas de la primera década del siglo XXI. Busca la realidad en una escritura que brota de la nada, más allá del desorden.
El poeta roba palabras, pero ellas lo usan para decirse con un sentido propio, distinto cada vez, diferente en cada poeta (Ver Nota al final).
2. El azar de los hechos (1998)
El siguiente libro de Cosme Álvarez es la visión de un hombre que mira con los ojos cerrados, hacia adentro. Esos ojos que intensamente miran, como dirá un verso del libro que ocupa este comentario y al cual todavía no llegamos, ya hablan en este libro. Ojos que dicen árboles, la herencia de las costumbres, pueblos y las urbes, sociedades donde las personas abandonan su nitidez. Los mástiles de barro, los hombres, gotean los días y se hacen invisibles en la noche, ¿para qué? No es casual que el poema final y más extenso se llame Oscura. Porque oscura es la raíz del día y si ha de buscarse algo, será en su fuente. Decirlo todo de nuevo. Para alcanzar la otra orilla que crece en nosotros/ haciendo estallar los puentes a la costa.
Oscura es cumbre y umbral dentro de la obra de Cosme Álvarez. Es una prenda completa en sí misma. Es producto de los hilos que comenzó a tejer en su primer libro (¿qué busco?, ¿cómo decir que no sé esto que veo?) y ofrece un punto de partida para la búsqueda de Vivo sueño.
Oscura se asoma al espacio entre los hilos que tejen la existencia tal como la tomamos a diario. Es decir: ve momentos acumulados entre las cosas. Es un semillero que germina en los ojos que lo leen, ramaje de existencia acunando con su copa la vida sin márgenes.
VIVO SUEÑO
Hablemos, pues, con la realidad. Habitemos el espacio que toca nuestra mirada. Lidiamos con un lenguaje que sólo puede aspirar a repetir el decir de la poesía para expresar su efecto. Explicar el poema es imposible. Vivo sueño, poema de Cosme Álvarez, es un poema verdadero. Desde esa línea nos acercamos a él, buscamos señalarlo como a un venado entre la maleza.
Frente a la llama de una vela, un hombre mira más allá de la materia que toca con sus manos. Su tacto es fugaz; los objetos largamente conocidos apuntan hacia la realidad de otros instantes; la mesa, la silla, son la mano del carpintero, son el bosque, robles y eucaliptos; son el vuelo de las aves regadoras de semillas...
Cobijado en la noche, el hombre se encuentra, al mismo tiempo, de pie en la obscuridad sin hora que no ofrece sustento: su desvelo recorre caminos que no han sido marcados; detrás de él no queda huella: un paso atrás no es un regreso a lo seguro; con cada avance, su cuerpo inventa el nuevo espacio que lo contiene. El hombre alumbra al mundo que lo rodea.
Así comienza nuestro diálogo con un libro de poesía. A cuenta gotas hasta topar el borde del vaso que contiene nuestro impulso. Porque queremos conversar con la realidad.
El poema convierte la mirada distraída del lector en la sustancia de la tierra, en la más negra tierra del subsuelo para que con ella palpemos la raíz del hombre-árbol, espiral de sueño y creación: verdadera cara tras la máscara aparente.
La raíz del hombre es su mirada; por ella, el hombre es transparencia, umbral que señala su otro lado —ahora ceniza, ahora fuego alado—; hombre que da cabida y cuerpo al envés del mundo: vena de lava pura: realidad.
Hay que decirlo: el orden que propone esta poesía es similar al de la vida, no es accesible si hacemos una lectura desatenta. El aliento del poema está puesto con tal evidencia, tan ahí, que al leerlo no se razona, nunca se nos pide raciocinio, mejor nos auxilia el agua clara de la percepción. Todo lo que se nos pide es ver.
Vivo sueño es un libro que habla con los elementos. Sus palabras no son distintas de las que hablamos con los otros en la calle. Al desplegar sus versos, sabemos con asombro que de alguna manera se nos dice lo evidente, pero es una evidencia perdida para la mayoría de nosotros que vivimos inmersos en las horas cotidianas; nuestro asombro se enciende en la certeza de que hemos estado, alguna vez, en el mismo sitio donde nos habla la voz del poema: lo que sabíamos entre brumas el poema lo dice sin tapujos.
En Vivo sueño se busca que hable la huella de esa evidencia perdida. Bajo riesgo de su identidad, el poeta ha rastreado el sentido de una experiencia vital. Como corresponde, el lector que llega a este libro por una necesidad tan imperiosa como la que hizo posible su escritura debe hacer lo propio y recrear el poema, de manera que se contemple esa huella que perdura en las palabras —esa espuma—, voces que son rastros de un sueño dotado de nueva vida por obra de la escritura, vivo sueño que resuena en un cuerpo de palabras: hoy se dice el despertar de un cuerpo, hoy camina en nuestra voz el andar de un fuego antiguo.
¿Qué dicen los nueve cantos de Vivo sueño?, ¿su cantar es la huella de qué ente?: dónde ha estado el hombre que así canta:
Surge una presencia antigua
cuyo extremo esta noche soy yo. (p. 56)
También:
El hombre, la vida y las palomas,
que sólo cuando mueren vuelan.
No importa; volaremos.
Nacerán nuevos hombres, se crearán nuevos destinos;
otra realidad en otra copa.
Por eso es ahora, la misma hora siempre,
y todos los lugares son el mundo. (p. 57)
En medio de un desfile de sonámbulos oímos la voz del hombre que está por decidir su vida:
¿Fui aquel adolescente que vagaba
por calles empedradas sin destino
en un pueblo de penumbra y ocaso,
yendo siempre de la noche hacia el día
con el rostro de antifaz heredado
en busca de una máscara de agua? (p. 93)
La lectura de estos versos tiene un sentido que acompaña. No se busca el tiempo que perdimos: se le dice, se desentraña esa huella, esa evidencia de lo perdido, para acercarnos a esa confluencia de cauces que es la vida y sus posibilidades, para rozarnos con nuestra pregunta en el espejo: ¿Cuál es el nombre del azar que ata letras, forma versos y los lanza para develar una diana introvertida?
La lectura de este poema nos desconcierta y nos mueve a despertar la conciencia de nuestra realidad: persistimos en un naufragio, de ahí que en ocasiones este canto nos rebase como agua amontonada sobre nuestro cuerpo; en otros momentos, nos encontramos en una calma chicha, el pulsar de los ojos sobre la savia del poema nos sumerge en su ambiente intenso: despertamos a su sentido sonoro y lo decimos sobre el techo de agua que nos llueve. Decimos el poema que nos dice. Así nos mantenemos a flote.
Para el poeta que le dio cabida en su obra, para el lector que lo recrea en la lectura, Vivo sueño es un punto de partida, ¿a partir de qué?, del silencio, útero que da luz a la conciencia de la duda; ¿son reales los hechos que forman la cáscara de eso que llamamos vida?; la indagación de Vivo sueño sugiere que la cosa del mundo, lo nombrado hasta la hartura de la lengua, es tan sólo una pausa que aceptamos; nuestros sentidos se abren y lo que nos inunda, en palabras del poema, es tremendidad.
Los nueve cantos de Vivo sueño dibujan una trayectoria sin puntos de referencia: es una sinfonía que surge del silencio, se yergue y abre el sonido de sus ramas, para después hundirse en un silencio nuevo, preñado con una manera de mirarnos inexistente antes del estallido de su música. Es la apuesta total a favor del SÍ de la vida sombría y luminosa, inexplicable. En un alto grado, se trata de un poema que consuela y alienta a los que intuyen en su sangre el rodar de un mundo extraño que merece ser expresado y vivido. La marginalidad de los sueños del hombre es la medida de su miseria. Como mendigos, los hombres habitamos una orilla de nuestra realidad.
Vivo sueño es el fuego de la fe del poeta Cosme Álvarez. Con este incendio, queda libre para escribir lo que desee, como un nuevo poeta; también queda en libertad de no escribir en absoluto. El poeta se sitúa en un más allá que no está en otra parte sino aquí mismo; la diferencia es que el mundo gira a su alrededor con un nuevo impulso. Su cantar forma realidad.
¿Qué mira el cantar del poema?
La pregunta cae en nosotros como en un pozo profundo; se desploma hacia la lisura del ojo de agua. Su trayectoria nos abandona en el silencio.
POESÍA DE COSME ÁLVAREZ:
-Cosme Almada. Sombra subterránea. México: CONACULTA, 1992. 82 p. (Fondo editorial Tierra adentro, 47)
-El azar de los hechos. México: Fondo de Cultura Económica, 1998. 87 p. (Letras mexicanas).
-Vivo sueño. México: Ediciones Sin Nombre, Difocur, 2006. 106 p. (Cuadernos de la salamandra).
NOTA
* El poeta toma palabras, flotan en el ambiente y no es necesaria la influencia directa. Donde T. S. Eliot (The Hollow Men) dice: «Shape without form, shade without color,/ Paralysed force, gesture without motion» («Figura sin forma, sombras sin color,/ fuerza paralizada, gesto sin movimiento.»), el poeta de Sombra subterránea dice:
X. SIN CUERPO NI FORMA
Cuando mi cuerpo se hunde en el tuyo,
¿qué es ello que empieza a besarse,
aquella quietud y silencio?
Hay un misterio que habita la carne,
ocurre desnudo.
El sentido es otro porque el poeta es otro.
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