«Y luché contra el mar toda la noche,
desde Homero hasta Joseph Conrad,
para llegar a tu rostro desierto
y en su arena leer que nada espere,
que no espere misterio, que no espere.» Gilberto Owen
lunes, diciembre 17, 2007
Nuevo libro de Cosme Álvarez
La danza del Venado no sólo es un bailable; las palabras, o sería mejor decir: el conjuro que le acompaña, es parte indisoluble de la danza: sin uno no hay el otro.
Este libro es el primer capítulo de lo que aspira a ser una antología general de la poesía en Sinaloa; incluye textos de origen prehispánico del noroeste mexicano, nuevas versiones de los cantos yoremes que acompañan la danza, y da a conocer textos y traducciones en prosa escasamente difundidos.
Hasta hoy no existía un libro que reuniera el material asociado con los cantos de Venado. Más aún, muchos de los cantos y de los textos en prosa ni siquiera se conocen.
Cosme Álvarez
Cantos de venado
de Cosme Álvarez
Conaculta-Difocur
México. 2007. 58 pp.
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Poesía
domingo, diciembre 09, 2007
Poema de amor
MARÍA FERNANDA ÁLVAREZ
Quiero explorar cada astro de tu galaxia
Quiero sentir la erupción de tu volcán
Quiero jugar con las olas de tu mar
Quiero oír cada nota de tu instrumento
Pues sé que con mi mundo
Con mi montaña
Con mi río
Y con mi cantar
Podemos crear un nuevo universo.
9 de diciembre de 2007
Quiero explorar cada astro de tu galaxia
Quiero sentir la erupción de tu volcán
Quiero jugar con las olas de tu mar
Quiero oír cada nota de tu instrumento
Pues sé que con mi mundo
Con mi montaña
Con mi río
Y con mi cantar
Podemos crear un nuevo universo.
9 de diciembre de 2007
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María Fernanda Álvarez,
Poesía
Dos poemas a la Luna
MARÍA FERNANDA ÁLVAREZ
I
Mientras duermo ella me ve
Espera inmóvil
Y con su luz me arropa.
II
Después de ver al cielo por un rato
Explorando en mi interior
Observando mi fulgor
De repente me percato
Algo extraño está ocurriendo
El día se va oscureciendo
Y por sorpresa me toma
La sonrisa que se asoma.
Me hace sentir,
Me hace soñar
Me hace volar
Me hace reír
Esta luna hermosa
Que me hace vivir soñando
Quiero guardarla en un frasco
Y esparcirla a cada paso.
9 de diciembre de 2007
I
Mientras duermo ella me ve
Espera inmóvil
Y con su luz me arropa.
II
Después de ver al cielo por un rato
Explorando en mi interior
Observando mi fulgor
De repente me percato
Algo extraño está ocurriendo
El día se va oscureciendo
Y por sorpresa me toma
La sonrisa que se asoma.
Me hace sentir,
Me hace soñar
Me hace volar
Me hace reír
Esta luna hermosa
Que me hace vivir soñando
Quiero guardarla en un frasco
Y esparcirla a cada paso.
9 de diciembre de 2007
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Poesía
martes, noviembre 27, 2007
Élmer Mendoza: Premio Tusquets Editores
*más premios para escritores sinaloenses
La Guarida felicita calurosamente al escritor Élmer Mendoza por haber recibido en Guadalajara el III Premio Tusquets Editores de Novela, por su obra Quien quiere vivir para siempre, en el marco de la FIL de Guadalajara. El jurado estuvo integrado por Juan Marsé, en calidad de presidente; Almudena Grandes, Jorge Edwards, Avelino Rosero (ganador en 2006 de este premio), y Beatriz de Moura, directora general de Tusquets Editores.
Beatriz de Moura, como vocera de la editorial, indicó que el jurado valoró la rabiosa modernidad en el uso del lenguaje, en la estructura narrativa hermanada con los últimos lenguajes televisivos, y en el ritmo endiablado que, como la mejor novela clásica, no da tregua al lector hasta su desenlace.
Esta novela se publicará simultáneamente en México, España y Argentina, y se sitúa en Culiacán, Sinaloa, "pero trasciende totalmente al mundo a través del lenguaje". El III Premio Tusquets Editores de Novela consistió en una estatuilla diseñada por Joaquim Camps y la cantidad de 20 mil euros en concepto de anticipo de derechos de autor.
Élmer Mendoza nació en Culiacán, Sinaloa. Entre 1978 y 1995 publicó cinco volúmenes de cuentos y dos de crónicas; su primera novela fue Un asesino solitario, y su obra El amante de Janis Joplin obtuvo el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares.
La Guarida felicita calurosamente al escritor Élmer Mendoza por haber recibido en Guadalajara el III Premio Tusquets Editores de Novela, por su obra Quien quiere vivir para siempre, en el marco de la FIL de Guadalajara. El jurado estuvo integrado por Juan Marsé, en calidad de presidente; Almudena Grandes, Jorge Edwards, Avelino Rosero (ganador en 2006 de este premio), y Beatriz de Moura, directora general de Tusquets Editores.
Beatriz de Moura, como vocera de la editorial, indicó que el jurado valoró la rabiosa modernidad en el uso del lenguaje, en la estructura narrativa hermanada con los últimos lenguajes televisivos, y en el ritmo endiablado que, como la mejor novela clásica, no da tregua al lector hasta su desenlace.
Esta novela se publicará simultáneamente en México, España y Argentina, y se sitúa en Culiacán, Sinaloa, "pero trasciende totalmente al mundo a través del lenguaje". El III Premio Tusquets Editores de Novela consistió en una estatuilla diseñada por Joaquim Camps y la cantidad de 20 mil euros en concepto de anticipo de derechos de autor.
Élmer Mendoza nació en Culiacán, Sinaloa. Entre 1978 y 1995 publicó cinco volúmenes de cuentos y dos de crónicas; su primera novela fue Un asesino solitario, y su obra El amante de Janis Joplin obtuvo el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares.
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Elmer Mendoza,
Narrativa,
Premio Tusquets Editores de Novela
viernes, septiembre 21, 2007
«Piedra de sol» en el miedo del mundo
LEONEL RODRÍGUEZ
Preámbulo
La lluvia hace brotar flores grises sobre el pavimento; cae dura y recta más allá de mediodía. El calendario marca el retorno de este día, tal como sucedió hace un año, cuando el tiempo inició el camino que había de terminar hoy, el mismo día siempre. ¿Cae el agua desde entonces? En esa agua lustral se recarga el calor del rostro que dice el poema. La lluvia y el poema suceden en otro tiempo, otro lugar; los crean aquí, mientras los miro.
El miedo del mundo
Es extraño leer Piedra de sol en estos días. Si juzgamos a partir de la falta de atención y la pereza que son comunes, las palabras de Piedra de sol parecen mostrar un poeta que no conoce la vida, o que piensa de manera demasiado optimista acerca de ella. Parecería la visión de un niño que se asombra por todo —y en estos días, nos hacen creer, el asombro dice menos que la experiencia. Si de rendir cultos se trata, nuestra época, nuestro momento, hoy, rinde adoración a lo estático. Nada asombra. Parece que hemos nacido viejos, llenos de astucia y sin capacidad para salir de la minoría de edad. La vida se nos presenta como un juego ya muchas veces jugado, y perdido, por otros. Así que no queremos perder de nuevo. No jugamos. Este es el miedo del mundo, lugar que hemos habitado con definiciones; no queremos que nada sea desconocido y por eso todo tiene un nombre. Nos ahogamos en palabras al decirlas sin nada que comunicar realmente; las decimos para huir del silencio y del mirar. Este es el miedo del mundo.
Por eso es extraño en nuestros días leer el poema Piedra de sol, del poeta Octavio Paz. Se le tiene por un poema consagrado y se comparte o se muestra cierto disgusto o reticencia por la obra de su autor, se le juzga… pero, ¿se lee Piedra de sol de manera esencial, sin argucias en contra o a favor, sin miedo de su mundo?
Para leer hay que entregarse totalmente a las palabras del poeta.
La obra de Octavio Paz se caracteriza por mostrar la curiosidad que el hombre siente por el mundo. La poesía escrita por Paz deja claro que la suya es una mirada que ha querido ver las hebras más finas de la realidad, tanto como aquellas que forman los sueños. Ha querido ver al hombre en el mundo y ser un hombre. Ha querido participar; el ojo que mira, la mano que escribe, dibujan un arco que cose nuestra vida a la Vida y nos despierta.
Piedra de sol es un poema de la participación. Da cuerpo de palabra: voz, a lo que no es, a lo que no se ve y no existe hasta que alguien lo señala y grita. Así el mundo, una de sus caras, después de la lectura de Piedra de sol.
Un poema donde el mundo existe por un cuerpo, unión de la inteligencia.
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia
La poesía muestra su razón de ser cuando es capaz de inyectar el recuerdo o la certeza de que la vida está aquí y no estamos fuera de ella, o sobre ella o debajo de ella, a pesar de nuestros intentos por engañarnos. El trabajo del poeta es elevarse al nivel de la vida y montar esa ola que crea y destruye con sus parpadeos al ritmo de Kali, la diosa hindú consorte de Shiva: «Son llamas/los ojos y son llamas lo que miran» La palabra poética de Piedra de sol encuentra el sentido de lo existente en los detalles, en el milagro de que cada día suceda aparentemente igual al anterior. Su decir alude tanto a lo pequeño como a lo grande; lo inconmensurable —por ínfimo o enorme— encuentra su nicho en la imaginación y sale a la existencia en las palabras del poema, dotadas de un orden que la sensibilidad del hombre detecta y paladea. Savia de lo real palpita en líneas como las siguientes:
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
No es piedra de sal: lo inmóvil incrustado en el pasado; no sal sino sol: movimiento, andanza, presencia; sol y luna, luz y sombra, sueño y despertar; piedra donde se inscribe lo que el sol, la luz, hace posible: la piedra de sol es el testimonio de un hombre acerca del tiempo vivo.
Circo lunar: mujer de rostros múltiples
Pocos fenómenos son más vivos, más reconocibles, hacen el tiempo más lleno y más dador de fruto que una mujer. La mujer es el cruce propicio para el hombre que ha llegado a la frontera de su desnudez y necesita cruzar. Ella anda y baila al ritmo del pulso de su hambre; ella es el corazón de su sueño; si pulsa, él mira la corriente del mundo, novedosa y más clara. Al ver una mujer, al saberla en la existencia, ella saca al hombre de sí mismo: la vida cobra un sentido único que es ir hacia ella; a través de la mujer el hombre es capaz de ordenar su mundo y darnos una imagen de la realidad que sea reconocible por todos.
Piedra de sol es una invitación al mundo. Al mismo tiempo, es una invitación a salirse de él por la puerta del conocimiento de la mujer.
En una estrofa que enumera las potencias y cualidades de la mujer cuyo nombre el poeta ha olvidado aparece, como uno más de estos nombres, circo lunar. Circo es círculo y ciclo; luna: mujer, rostro de mujer.
Circo lunar: el ciclo del desvelamiento luminoso de la mujer y su progresivo oscurecimiento, como flor de luz en el cielo de negrura. El misterio de la vida encarna en una mujer —lo que ignoramos, lo que nos alegra o entristece, lo que descubrimos en la naturaleza a la mitad de nuestra vida, todo eso está señalado en el cuerpo y en la vida de una mujer que miramos.
La poesía es penetración del mundo. Es andanza en libertad por el día y la noche, hombre y mujer conociéndose en compañía o a solas, en un mundo donde es posible vivir fuera del cerco de la costumbre. La poesía de Octavio Paz, su libro La estación violenta y en particular el poema Piedra de sol son obra que anda a contracorriente en relación con la manera en que vivimos actualmente. La alegría por descubrir el nacimiento, la primavera, el abrirse del mundo al tacto de nuestra piel son constantes en esa obra. El miedo del mundo nos rodea; pero así como un niño corre en el interior de un parque cubierto por las brumas en la madrugada oscura y se adentra hacia lo desconocido porque juega, porque sabe correr y se mueve, es movido por su curiosidad y su alegría, así, aquellos susceptibles de acoger el calor de sus propios ojos que contienen al mundo ven que el vaho se disipa, la bruma podría deshacerse, como una costumbre ajena en una mañana de sol y viento verde. La luz llueve de siempre, detrás y delante del niño que juega.
Preámbulo
La lluvia hace brotar flores grises sobre el pavimento; cae dura y recta más allá de mediodía. El calendario marca el retorno de este día, tal como sucedió hace un año, cuando el tiempo inició el camino que había de terminar hoy, el mismo día siempre. ¿Cae el agua desde entonces? En esa agua lustral se recarga el calor del rostro que dice el poema. La lluvia y el poema suceden en otro tiempo, otro lugar; los crean aquí, mientras los miro.
El miedo del mundo
Es extraño leer Piedra de sol en estos días. Si juzgamos a partir de la falta de atención y la pereza que son comunes, las palabras de Piedra de sol parecen mostrar un poeta que no conoce la vida, o que piensa de manera demasiado optimista acerca de ella. Parecería la visión de un niño que se asombra por todo —y en estos días, nos hacen creer, el asombro dice menos que la experiencia. Si de rendir cultos se trata, nuestra época, nuestro momento, hoy, rinde adoración a lo estático. Nada asombra. Parece que hemos nacido viejos, llenos de astucia y sin capacidad para salir de la minoría de edad. La vida se nos presenta como un juego ya muchas veces jugado, y perdido, por otros. Así que no queremos perder de nuevo. No jugamos. Este es el miedo del mundo, lugar que hemos habitado con definiciones; no queremos que nada sea desconocido y por eso todo tiene un nombre. Nos ahogamos en palabras al decirlas sin nada que comunicar realmente; las decimos para huir del silencio y del mirar. Este es el miedo del mundo.
Por eso es extraño en nuestros días leer el poema Piedra de sol, del poeta Octavio Paz. Se le tiene por un poema consagrado y se comparte o se muestra cierto disgusto o reticencia por la obra de su autor, se le juzga… pero, ¿se lee Piedra de sol de manera esencial, sin argucias en contra o a favor, sin miedo de su mundo?
Para leer hay que entregarse totalmente a las palabras del poeta.
La obra de Octavio Paz se caracteriza por mostrar la curiosidad que el hombre siente por el mundo. La poesía escrita por Paz deja claro que la suya es una mirada que ha querido ver las hebras más finas de la realidad, tanto como aquellas que forman los sueños. Ha querido ver al hombre en el mundo y ser un hombre. Ha querido participar; el ojo que mira, la mano que escribe, dibujan un arco que cose nuestra vida a la Vida y nos despierta.
Piedra de sol es un poema de la participación. Da cuerpo de palabra: voz, a lo que no es, a lo que no se ve y no existe hasta que alguien lo señala y grita. Así el mundo, una de sus caras, después de la lectura de Piedra de sol.
Un poema donde el mundo existe por un cuerpo, unión de la inteligencia.
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia
La poesía muestra su razón de ser cuando es capaz de inyectar el recuerdo o la certeza de que la vida está aquí y no estamos fuera de ella, o sobre ella o debajo de ella, a pesar de nuestros intentos por engañarnos. El trabajo del poeta es elevarse al nivel de la vida y montar esa ola que crea y destruye con sus parpadeos al ritmo de Kali, la diosa hindú consorte de Shiva: «Son llamas/los ojos y son llamas lo que miran» La palabra poética de Piedra de sol encuentra el sentido de lo existente en los detalles, en el milagro de que cada día suceda aparentemente igual al anterior. Su decir alude tanto a lo pequeño como a lo grande; lo inconmensurable —por ínfimo o enorme— encuentra su nicho en la imaginación y sale a la existencia en las palabras del poema, dotadas de un orden que la sensibilidad del hombre detecta y paladea. Savia de lo real palpita en líneas como las siguientes:
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
No es piedra de sal: lo inmóvil incrustado en el pasado; no sal sino sol: movimiento, andanza, presencia; sol y luna, luz y sombra, sueño y despertar; piedra donde se inscribe lo que el sol, la luz, hace posible: la piedra de sol es el testimonio de un hombre acerca del tiempo vivo.
Circo lunar: mujer de rostros múltiples
Pocos fenómenos son más vivos, más reconocibles, hacen el tiempo más lleno y más dador de fruto que una mujer. La mujer es el cruce propicio para el hombre que ha llegado a la frontera de su desnudez y necesita cruzar. Ella anda y baila al ritmo del pulso de su hambre; ella es el corazón de su sueño; si pulsa, él mira la corriente del mundo, novedosa y más clara. Al ver una mujer, al saberla en la existencia, ella saca al hombre de sí mismo: la vida cobra un sentido único que es ir hacia ella; a través de la mujer el hombre es capaz de ordenar su mundo y darnos una imagen de la realidad que sea reconocible por todos.
Piedra de sol es una invitación al mundo. Al mismo tiempo, es una invitación a salirse de él por la puerta del conocimiento de la mujer.
En una estrofa que enumera las potencias y cualidades de la mujer cuyo nombre el poeta ha olvidado aparece, como uno más de estos nombres, circo lunar. Circo es círculo y ciclo; luna: mujer, rostro de mujer.
Circo lunar: el ciclo del desvelamiento luminoso de la mujer y su progresivo oscurecimiento, como flor de luz en el cielo de negrura. El misterio de la vida encarna en una mujer —lo que ignoramos, lo que nos alegra o entristece, lo que descubrimos en la naturaleza a la mitad de nuestra vida, todo eso está señalado en el cuerpo y en la vida de una mujer que miramos.
La poesía es penetración del mundo. Es andanza en libertad por el día y la noche, hombre y mujer conociéndose en compañía o a solas, en un mundo donde es posible vivir fuera del cerco de la costumbre. La poesía de Octavio Paz, su libro La estación violenta y en particular el poema Piedra de sol son obra que anda a contracorriente en relación con la manera en que vivimos actualmente. La alegría por descubrir el nacimiento, la primavera, el abrirse del mundo al tacto de nuestra piel son constantes en esa obra. El miedo del mundo nos rodea; pero así como un niño corre en el interior de un parque cubierto por las brumas en la madrugada oscura y se adentra hacia lo desconocido porque juega, porque sabe correr y se mueve, es movido por su curiosidad y su alegría, así, aquellos susceptibles de acoger el calor de sus propios ojos que contienen al mundo ven que el vaho se disipa, la bruma podría deshacerse, como una costumbre ajena en una mañana de sol y viento verde. La luz llueve de siempre, detrás y delante del niño que juega.
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domingo, agosto 19, 2007
COSME ÁLVAREZ, Hablando de Tacuba (2003)
El sexto corte del cd "Desde un comienzo", Antología 1988-2003, Volumen 1, de Cosme Álvarez, da la visión de una forma de vida urbana y de uno de los barrios más antiguos y legendarios de la Ciudad de México.
SE REABREN LAS VOTACIONES
En la columna derecha, después de la etiqueta Temas de Poesía en Sinaloa, podrás votar nuevamente en las 5 encuestas.
1. En qué lugar de Sinaloa se escribe mejor poesía?
2. De las generaciones 1918-1949, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
3. De la generación de 1950, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
4. De la generación de 1960, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
5. De las generaciones 1970-1980, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
En la etiqueta Danos tu punto de vista, se agrega la pregunta En cuál de estos premios literarios participarías?
Aguascalientes
Gilberto Owen
Elías Nandino
Recuerda cómo usar el nuevo sistema de votación:
Para acceder a todas las ventanas, en la parte inferior del recuadro busca la frase "Vota en las otras cuatro encuestas". Se permite un voto por persona cada día.
Durante el primer periodo de votaciones, 97 lectores del Blog opinaron que los tres municipios de Sinaloa donde se escribe mejor poesía son: Ahome-Los Mochis (48.45%), Culiacán (38.14%) y Navolato (6.19%).
De acuerdo con las 41 votaciones recibidas en este apartado, de las generaciones 1918-1949, los poetas más leídos o más conocidos son Jaime Labastida, Norma Bazúa, Lucrecia Rafaela Ezquerra y Sergio Elizondo.
Las siguientes 28 votaciones sitúan a Lourdes Sánchez, Rafael Torres Sánchez, Juan López Cortés y Miguel Ángel Hernández Rubio como los más leídos o los más conocidos de la generación de 1950.
De las 60 votaciones recibidas en el cuarto apartado, los poetas más leídos o más conocidos de la generación de 1960 son Cosme Álvarez, Jesús Ramón Ibarra, Mario Bojórquez y Gilberto Cabanillas.
Entre las generaciones jóvenes, nacidas en las décadas 1970 y 1980, 77 votaciones dicen que los poetas más leídos o más conocidos son Francisco Alcaraz, Óscar Paúl Castro, Leonel Rodríguez, Julio César Félix y Francisco Meza.
EL nuevo ciclo de votaciones quedará abierto desde la publicación de este aviso hasta el 1° de enero de 2008.
AVISO REVISITADO
El sistema de votaciones con que cuenta esta página es manejado por un robot, el cual ha sido programado para borrar los votos no válidos de algún usuario.
Si usted o alguien oprime dos veces o más el botón de "Votar", el supuesto voto se registra durante unas horas, y la cifra incluso aparece en los resultados, pero en el momento en que trabaja el robot, todo voto doble, triple o mayor es anulado. Es importante aclarar que su voto de primera intención permanece.
Ejemplo: Si usted vota por Fulanito Menagno dos o veinte veces, el robot sólo registra un voto, y a partir de cierta hora fija en el tablero los votos reales.
A usted y a todos los usuarios se les invita a emitir un solo voto cada día. Aun cuando se esfuercen en oprimir una y otra vez el botón de "Votar" en un mismo día, el robot anualará los clones.
Otra aclaración pertinente. Se ha programado al robot para que el promotor de esta página no pueda votar en las encuestas. No sería honesto.
1. En qué lugar de Sinaloa se escribe mejor poesía?
2. De las generaciones 1918-1949, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
3. De la generación de 1950, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
4. De la generación de 1960, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
5. De las generaciones 1970-1980, quién te parece el mejor poeta en Sinaloa?
En la etiqueta Danos tu punto de vista, se agrega la pregunta En cuál de estos premios literarios participarías?
Aguascalientes
Gilberto Owen
Elías Nandino
Recuerda cómo usar el nuevo sistema de votación:
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Durante el primer periodo de votaciones, 97 lectores del Blog opinaron que los tres municipios de Sinaloa donde se escribe mejor poesía son: Ahome-Los Mochis (48.45%), Culiacán (38.14%) y Navolato (6.19%).
De acuerdo con las 41 votaciones recibidas en este apartado, de las generaciones 1918-1949, los poetas más leídos o más conocidos son Jaime Labastida, Norma Bazúa, Lucrecia Rafaela Ezquerra y Sergio Elizondo.
Las siguientes 28 votaciones sitúan a Lourdes Sánchez, Rafael Torres Sánchez, Juan López Cortés y Miguel Ángel Hernández Rubio como los más leídos o los más conocidos de la generación de 1950.
De las 60 votaciones recibidas en el cuarto apartado, los poetas más leídos o más conocidos de la generación de 1960 son Cosme Álvarez, Jesús Ramón Ibarra, Mario Bojórquez y Gilberto Cabanillas.
Entre las generaciones jóvenes, nacidas en las décadas 1970 y 1980, 77 votaciones dicen que los poetas más leídos o más conocidos son Francisco Alcaraz, Óscar Paúl Castro, Leonel Rodríguez, Julio César Félix y Francisco Meza.
EL nuevo ciclo de votaciones quedará abierto desde la publicación de este aviso hasta el 1° de enero de 2008.
AVISO REVISITADO
El sistema de votaciones con que cuenta esta página es manejado por un robot, el cual ha sido programado para borrar los votos no válidos de algún usuario.
Si usted o alguien oprime dos veces o más el botón de "Votar", el supuesto voto se registra durante unas horas, y la cifra incluso aparece en los resultados, pero en el momento en que trabaja el robot, todo voto doble, triple o mayor es anulado. Es importante aclarar que su voto de primera intención permanece.
Ejemplo: Si usted vota por Fulanito Menagno dos o veinte veces, el robot sólo registra un voto, y a partir de cierta hora fija en el tablero los votos reales.
A usted y a todos los usuarios se les invita a emitir un solo voto cada día. Aun cuando se esfuercen en oprimir una y otra vez el botón de "Votar" en un mismo día, el robot anualará los clones.
Otra aclaración pertinente. Se ha programado al robot para que el promotor de esta página no pueda votar en las encuestas. No sería honesto.
martes, agosto 14, 2007
Bautismo en la sombra
LEONEL RODRÍGUEZ
Lucía desnuda se acerca de frente. Miro la piel morena arropada en la penumbra de la estancia. Lucía desnuda se acerca. Miro su vientre, la novedad concreta y oscura de los pezones, miro el ombligo sombreado y la resolución del río de la piel en la carne viva del sexo. Miro el inicio de los muslos. El grosor que toman al rodear la altura del pubis como un nido.
Lucía se mueve: sube una rodilla, luego la otra; está hincada sobre los cojines del sillón, su olor más cerca de mi rostro. Se oye el crujir de las telas y costuras del mueble. Sin pensarlo, mis manos se posan en las corvas de sus rodillas y acarician. Los pechos tocan mi frente, hacen que entrecierre los ojos. Frescos. Ella se recarga en el respaldo, sus brazos la sostienen, toda su piel se sumerge en mi pecho y en el rostro: los senos que se ensanchan, la epidermis suave del vientre contra mis tetillas. Sobre mi estómago, lo tibio y la aspereza del contacto del vello que rodea sus otros labios.
Mis manos se abren y se amoldan a la parte trasera de sus muslos, mis manos se abren más al subir y obedecer el contorno de este cuerpo. Suben despacio y regresan, se detienen siempre un momento en las corvas. Mis manos suben por la redondez de los muslos; una mano quieta, la otra se mueve, ambas se mueven, una sube y la otra tornea la curva hacia dentro. Su cuerpo se acerca —se aleja —se acerca y veo cómo se tensa y tiende la carne de sus piernas con el movimiento. Una especie de ternura vocifera desde sus caderas; la tomo en su regreso y lo desnudo de mi rostro en la frescura de su cuerpo.
En mi boca brotan los sabores de palabras mudas y de olores.
Beso su curva: cintura y cadera; palpo con labios, lengua. Muerdo cuando el sabor me satura. Tomo y muerdo para sentir su presencia; muerdo la cadera para hundirme, sostengo mi cuerpo con las manos en su espalda; llego con la boca abierta al vientre, las manos apresan los muslos pero suben, rozan las nalgas para mover su cuerpo: acercan y estrujan (crujen los entresijos del sillón que nos sostiene) —me quedo quieto… mi cara explora la piel más clara del bajo vientre, los vellos de su vulva dejan parte de su aroma en la piel de mi barbilla. Me muevo apenas: las manos suben hasta las nalgas y las alzan, las sostienen, levantándolas, para soltarlas. Bajan, repiten la caricia.
Lucía se mueve en su silencio, se recuesta sobre mi regazo. Ahora su espalda está a disposición de mi mano izquierda; sus nalgas y sus piernas, de la derecha. Su rostro recostado sobre la tela del sillón, mira. Miro su cuerpo: alcanzo la redondez de las pantorrillas y hago presión sobre su músculo. Así subo. La línea de sombra y carne que se dibuja entre sus nalgas me llama. Las rozo apenas con la yema de mis dedos, sigo el camino de esa hendidura, su cuerpo se reacomoda. No palpo con dureza, su piel recibe el tacto como tembloroso de tan lento. Así un tiempo. Así, hasta que ella se pone de pie y sin palabras hace que me siente a la orilla del cojín; su cuerpo me ha dado la espalda: se sostiene del respaldo de una silla y arquea su cuerpo para ofrecer su grupa que llena la mirada. Mi cuerpo se tambalea. Acerco mi cara a sus nalgas y comienzo a besarlas, tan suavemente como con las manos, éstas se agarran de las caderas: muevo su cuerpo de lado a lado con cadencia lenta. De tanto en tanto, hago que se detenga. Pero mi boca no se detiene: ya no beso, como, y me acerco a la hendidura entre sus nalgas. Con las manos las separo y me hundo, lanzo el primer chasquido de los labios al contacto con su piel caliente; la lengua lame la lisura y la rugosidad blanda de sus pliegues, dibuja, golpea con su fuerza pequeña, prueba y se satura del sabor.
Así un tiempo. Entonces el viento abre la cortina, entra la luz y se disipan las sombras.
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Narrativa,
Sinaloa
miércoles, mayo 30, 2007
De memoria ciega
JULIO CÉSAR FÉLIX
I
La poesía yace sin reposo,
regenerándose,
existiendo en máscaras ocultas,
reinventándose
en el lecho vocálico
de esta espera de ritmos.
II
Espejos de la memoria
Incitación al canto
Desesperación metálica
de esta ciudad nocturna.
III
Las olas de la madrugada
ahogan a las palmeras
cuando el viento
coquetea con ellas:
las abraza,
las posee
en el tono cadencioso
y rítmico
de su vuelo libre.
IV
MAGIA EN LA CIUDAD
Desde un alto edificio
escucho las gotas
que resbalan
sobre las ventanas:
éste es un privilegio en el siglo...
vientos de humedad
en el rincón
más seco del mundo.
V
Por ahí escuché hablar
alguna vez
sobre la sutileza
del pelícano,
su fragilidad
y transparencia:
infancia de mar.
VI
Las horas hacen brotar
mareas fosforescentes
animadas por el astro diurno:
transmito
el encuentro con la voz,
con el otro,
conmigo.
VII
Esta tarde
guarda incansables diálogos
de perros,
silbidos en las calles,
tantanes de puertas,
martillazos,
un sonido prolongado
de teléfonos:
mientras un ave
se posa
sobre la rama
de un árbol
y apenas canta
con su débil voz.
Se me ha olvidado estar solo.
VIII
SE NOS OLVIDA EL MUNDO
La Ciudad de México
grita de espanto,
inundación la madrugada
de asfalto dolorido
el tiempo crece
en su lento fluir de espuma.
IX
Una de mis atracciones preferidas
es la de escuchar el silencio,
segundos, minutos, horas
en el corazón.
X
El agua fecunda
este árbol de recuerdos.
XI
LA MUERTE
Voy por el camino
silencioso:
aún no es hora
de conocer
la barca de Caronte
ni las frías aguas
del Leteo.
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Julio César Félix,
Navolato,
Poesía,
Sinaloa
miércoles, mayo 16, 2007
El arte de la pausa, de Jesús Ramón Ibarra
La poesía como engendro de la música y la imaginación
JOSÉ LANDA
Engendro, en esta breve reseña, no debe mal interpretarse en un sentido despectivo sino al contrario, como un halago a la poesía misma, que tiene la facultad de tomar todas las formas y quedarse con ninguna, y al poeta, que engendra pequeños o grandes seres, dignos de la mejor imaginería antigua o contemporánea, monstruos o deidades, héroes o villanos, que terminan por tomar vida en los sentidos del lector.
Así, el poema puede ser una cruza de seres míticos con personajes actuales, mudos o capaces de hablar en el lenguaje del jazz y encantar los oídos de su creador y sus lectores, a la manera de las nereidas que cautivaban y enloquecían a los marinos que, en este caso, suelen ser lectores que se aventuran en el océano de la poesía, y corren el riesgo de perderse, o en caso contrario, encontrarse a sí mismos.
El arte de la pausa, libro de poesía en prosa de Jesús Ramón Ibarra, nos permite recordar apreciaciones acerca de la concepción de la poesía y su música interna. Para el estadounidense Jack Kerouac, el mejor ritmo en el poema no es aquel marcado por los signos de puntuación, sino el que nos da la propia respiración que es esencial en el acto del habla y otorga al discurso literario una sensación de espontaneidad, sensación porque, en el caso de poemas como los de este libro de Ibarra, son efectos del texto poético generados, muy posiblemente, adrede.
Ya una vez entrados en el tema de la respiración, de sus correspondientes pausas, podemos igual pensar en el tiempo como parte del propio poema. Y es que El arte de la pausa contiene, precisamente, ese elemento de tiempo y de respiración al momento de la lectura del poema, de su ejecución.
El poemario que nos ocupa, está construido a partir de referencias musicales, pero sobre todo de imágenes motivadas por una música específica, en este caso el jazz. La inspiración, el numen, el estro, o sus diversas formas de llamarle a ese soplo que genera la creación en cualquiera de sus manifestaciones, es también clave en el arte de pausar, pero también, de pautar, en el transcurso de la lectura de los textos de Ibarra.
Inspiradas más que en el jazz como género, las líneas ibarrianas lo están en ese jazz al estilo de Miles Davis, convertido en personaje poético, a quien se evoca e invoca en repetidas ocasiones. Entonces, Miles, el personaje, se pasea, se pavonea a su antojo, mientras ejecuta su sordina Harmon, emite notas melancólicas, cortas. No obstante, las oraciones de los poemas que componen este Arte de la Pausa no son, necesariamente, cortas, pero contienen sus benéficas dosis de pausas, de cortes, de variaciones en el aliento.
Símbolos persistentes a lo largo de la lectura, son las aves –y por supuesto el vuelo, el aire, la ventisca–, una niña, un trompetista –cuyo nombre conocemos– y la nieve. Símbolos que refieren abstracciones como la libertad, la pureza, el asombro de la infancia que mira como descubriendo las cosas, el movimiento, pero también, nos llevan a referentes concretos y extraliterarios, como la adicción del Miles Davis real, concreto, a la cocaína.
El libro juega con la posibilidad de plantear una poética a través de los poemas mismos, de esas poéticas que comienzan por aplicarse en sí mismas, cuya vigencia pudiera concluir donde comienza. Nos encontramos ante asuntos que involucrarían directamente al texto poético y a la poesía como tema de los poemas. Tenemos, pues, a una poesía que nace. Tenemos a una poesía que se desarrolla. A una poesía, una niña pura, o una mujer que deja de ser intacta, como lo plantea la propia voz poética, al aludir a esa virgen que claudica.
La poesía niña tiene que ver, por supuesto, con ese jazz, con esa poética de la respiración, de la pausa. Cito:
En su delirio la niña pronuncia la palabra jazz, mientras el animal dice la palabra vive, y de su lengua caen las gotas de una manzana quemada.
Su libertad tiene que ver con las aves, con cormoranes ambiguos como la literatura misma, pues el cormorán es de los pocos pájaros marinos que son capaces de permanecer bajo el agua por más de un minuto y descender hasta diez metros; sus alimentos, los peces, se encuentran como el o los sentidos de este Arte de la pausa, muy abajo, muy por dentro del mar, y hasta allá penetran en busca de lo que les mantiene vivos. De tal suerte, leemos conforme avanzan las páginas, asociaciones de símbolos clave dentro del poemario, los cormoranes, la niña, el corazón –tan íntimo como los peces que nadan a diez metros bajo el agua–, el trompetista. Cito:
Una parvada de cormoranes perfila el corazón de la niña. Su cuerpo es una gota de té en cuyo fulgor el trompetista toca Someday my Prince Will Come. Su cintura es un aro de niebla. Su vientre una copa de resina donde el trompetista quema sus alas.
En el cuarto los cormoranes tiemblan frente a la noche del espejo. Su vuelo tiene la forma de una mano encantada en cuyas líneas Miles Davis escribe una melodía distraída; una lengua de sal que abarca los veneros de la fiebre, un halito de jazmín que brilla en los labios. Fin de la cita.
Esa nieve que, por una parte, representa la paradoja a la manera de Quevedo que dice nadar sabe mi llama el agua fría y perder el respeto a ley severa, por la otra bien puede sugerirnos la albura de esa poesía niña, de esa música –considerando su etimología vinculada a la palabra musa– que está naciendo permanentemente, pero a su vez agoniza, víctima de las fiebres que requieren de agua congelada para bajar la temperatura. Sin embargo, queda también la vinculación extraliteraria a ese elemento que marcara a Miles Davis, el referente real de este Miles Davis ficticio: la cocaína, que va y viene como la nieve, en su vida.
Cito: La música de Miles es preludio de la nieve. Sometimiento del hilandero a la tensión que siembra en el rostro su trama.
…
Más bien la voz de la nieve al apagar los incendios interiores en una estatua.
…
Miles Davis de regreso a la nieve, vinculado a la brizna que pulsa la rosa del aire. Quemazón de paja en los ventisqueros de la neblina. Un silbo de pie como espada hurgando las entrañas de la piedra.
Los poemas con que cierra el libro, no podían ser ajenos a la intención inicial, al planteamiento del poema como una música, de un ritmo hijo de la respiración, las pausas y las pautas, los zumbidos de avispas que es capaz de producir el ejecutante a través de su Sordina. Así, leemos definiciones, conceptos, semejanzas y divergencias, particularidades entre la palabra pausada y pautada, y la música que evoca. Cito:
Pausa: un pájaro vuela hacia sí. Nota distraída en su ronda:
gota de mercurio en el pecho
Pausas en la música de Miles: derroteros de la ingravidez
invocan los misterios de una nevada
…
arte de la pausa: soliloquio del resplandor.
Por último, sólo resta señalar que este Arte de la Pausa, de Jesús Ramón Ibarra, poeta de las nuevas generaciones mexicanas, vale más que la pena para editarse y difundirse, con el financiamiento de quienes organizan el merecido Premio Nacional de Poesía San Román 2005 (*).
Enhorabuena, y ojalá que el gobierno municipal que entrará en funciones a partir del mes entrante, no eche por la borda esfuerzos tan importantes como el del ex alcalde Fernando Ortega, hoy senador, a través de su coordinadora de cultura, Iliana Pozos y la directora de Desarrollo Social, Leticia Carrillo. Hago votos porque la cultura nunca más sea considerada mero requisito burocrático de lo políticamente correcto, para que se convierta en parte esencial del desarrollo de un municipio y un país.
(*) Jesús Ramón Ibarra gano, en 2005, el Premio Nacional de Poesía de San Román.
JOSÉ LANDA
FICHA LITERARIA COMPACTA
Escritor y periodista campechano. Desde 1993, ha publicado una docena de libros en Campeche, Ciudad de México, Guadalajara y España, de los cuales seis son individuales, entre los que se cuentan La Confusión de las Avispas, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en 1997 y el más reciente, Mirar desde el Oscuro Laberinto, de Ciudad del Carmen 2006. Entre los colectivos se encuentra Proemio Seis, publicado en Granada, España, este 2006. Ha obtenido 15 reconocimientos, entre ellos el Premio de Poesía José Gorostiza, de Tabasco, 1994, y la beca de creación literaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 2004 ganó el Premio Nacional de Poesía de los Juegos Florales de San Román.
JOSÉ LANDA
Engendro, en esta breve reseña, no debe mal interpretarse en un sentido despectivo sino al contrario, como un halago a la poesía misma, que tiene la facultad de tomar todas las formas y quedarse con ninguna, y al poeta, que engendra pequeños o grandes seres, dignos de la mejor imaginería antigua o contemporánea, monstruos o deidades, héroes o villanos, que terminan por tomar vida en los sentidos del lector.
Así, el poema puede ser una cruza de seres míticos con personajes actuales, mudos o capaces de hablar en el lenguaje del jazz y encantar los oídos de su creador y sus lectores, a la manera de las nereidas que cautivaban y enloquecían a los marinos que, en este caso, suelen ser lectores que se aventuran en el océano de la poesía, y corren el riesgo de perderse, o en caso contrario, encontrarse a sí mismos.
El arte de la pausa, libro de poesía en prosa de Jesús Ramón Ibarra, nos permite recordar apreciaciones acerca de la concepción de la poesía y su música interna. Para el estadounidense Jack Kerouac, el mejor ritmo en el poema no es aquel marcado por los signos de puntuación, sino el que nos da la propia respiración que es esencial en el acto del habla y otorga al discurso literario una sensación de espontaneidad, sensación porque, en el caso de poemas como los de este libro de Ibarra, son efectos del texto poético generados, muy posiblemente, adrede.
Ya una vez entrados en el tema de la respiración, de sus correspondientes pausas, podemos igual pensar en el tiempo como parte del propio poema. Y es que El arte de la pausa contiene, precisamente, ese elemento de tiempo y de respiración al momento de la lectura del poema, de su ejecución.
El poemario que nos ocupa, está construido a partir de referencias musicales, pero sobre todo de imágenes motivadas por una música específica, en este caso el jazz. La inspiración, el numen, el estro, o sus diversas formas de llamarle a ese soplo que genera la creación en cualquiera de sus manifestaciones, es también clave en el arte de pausar, pero también, de pautar, en el transcurso de la lectura de los textos de Ibarra.
Inspiradas más que en el jazz como género, las líneas ibarrianas lo están en ese jazz al estilo de Miles Davis, convertido en personaje poético, a quien se evoca e invoca en repetidas ocasiones. Entonces, Miles, el personaje, se pasea, se pavonea a su antojo, mientras ejecuta su sordina Harmon, emite notas melancólicas, cortas. No obstante, las oraciones de los poemas que componen este Arte de la Pausa no son, necesariamente, cortas, pero contienen sus benéficas dosis de pausas, de cortes, de variaciones en el aliento.
Símbolos persistentes a lo largo de la lectura, son las aves –y por supuesto el vuelo, el aire, la ventisca–, una niña, un trompetista –cuyo nombre conocemos– y la nieve. Símbolos que refieren abstracciones como la libertad, la pureza, el asombro de la infancia que mira como descubriendo las cosas, el movimiento, pero también, nos llevan a referentes concretos y extraliterarios, como la adicción del Miles Davis real, concreto, a la cocaína.
El libro juega con la posibilidad de plantear una poética a través de los poemas mismos, de esas poéticas que comienzan por aplicarse en sí mismas, cuya vigencia pudiera concluir donde comienza. Nos encontramos ante asuntos que involucrarían directamente al texto poético y a la poesía como tema de los poemas. Tenemos, pues, a una poesía que nace. Tenemos a una poesía que se desarrolla. A una poesía, una niña pura, o una mujer que deja de ser intacta, como lo plantea la propia voz poética, al aludir a esa virgen que claudica.
La poesía niña tiene que ver, por supuesto, con ese jazz, con esa poética de la respiración, de la pausa. Cito:
En su delirio la niña pronuncia la palabra jazz, mientras el animal dice la palabra vive, y de su lengua caen las gotas de una manzana quemada.
Su libertad tiene que ver con las aves, con cormoranes ambiguos como la literatura misma, pues el cormorán es de los pocos pájaros marinos que son capaces de permanecer bajo el agua por más de un minuto y descender hasta diez metros; sus alimentos, los peces, se encuentran como el o los sentidos de este Arte de la pausa, muy abajo, muy por dentro del mar, y hasta allá penetran en busca de lo que les mantiene vivos. De tal suerte, leemos conforme avanzan las páginas, asociaciones de símbolos clave dentro del poemario, los cormoranes, la niña, el corazón –tan íntimo como los peces que nadan a diez metros bajo el agua–, el trompetista. Cito:
Una parvada de cormoranes perfila el corazón de la niña. Su cuerpo es una gota de té en cuyo fulgor el trompetista toca Someday my Prince Will Come. Su cintura es un aro de niebla. Su vientre una copa de resina donde el trompetista quema sus alas.
En el cuarto los cormoranes tiemblan frente a la noche del espejo. Su vuelo tiene la forma de una mano encantada en cuyas líneas Miles Davis escribe una melodía distraída; una lengua de sal que abarca los veneros de la fiebre, un halito de jazmín que brilla en los labios. Fin de la cita.
Esa nieve que, por una parte, representa la paradoja a la manera de Quevedo que dice nadar sabe mi llama el agua fría y perder el respeto a ley severa, por la otra bien puede sugerirnos la albura de esa poesía niña, de esa música –considerando su etimología vinculada a la palabra musa– que está naciendo permanentemente, pero a su vez agoniza, víctima de las fiebres que requieren de agua congelada para bajar la temperatura. Sin embargo, queda también la vinculación extraliteraria a ese elemento que marcara a Miles Davis, el referente real de este Miles Davis ficticio: la cocaína, que va y viene como la nieve, en su vida.
Cito: La música de Miles es preludio de la nieve. Sometimiento del hilandero a la tensión que siembra en el rostro su trama.
…
Más bien la voz de la nieve al apagar los incendios interiores en una estatua.
…
Miles Davis de regreso a la nieve, vinculado a la brizna que pulsa la rosa del aire. Quemazón de paja en los ventisqueros de la neblina. Un silbo de pie como espada hurgando las entrañas de la piedra.
Los poemas con que cierra el libro, no podían ser ajenos a la intención inicial, al planteamiento del poema como una música, de un ritmo hijo de la respiración, las pausas y las pautas, los zumbidos de avispas que es capaz de producir el ejecutante a través de su Sordina. Así, leemos definiciones, conceptos, semejanzas y divergencias, particularidades entre la palabra pausada y pautada, y la música que evoca. Cito:
Pausa: un pájaro vuela hacia sí. Nota distraída en su ronda:
gota de mercurio en el pecho
Pausas en la música de Miles: derroteros de la ingravidez
invocan los misterios de una nevada
…
arte de la pausa: soliloquio del resplandor.
Por último, sólo resta señalar que este Arte de la Pausa, de Jesús Ramón Ibarra, poeta de las nuevas generaciones mexicanas, vale más que la pena para editarse y difundirse, con el financiamiento de quienes organizan el merecido Premio Nacional de Poesía San Román 2005 (*).
Enhorabuena, y ojalá que el gobierno municipal que entrará en funciones a partir del mes entrante, no eche por la borda esfuerzos tan importantes como el del ex alcalde Fernando Ortega, hoy senador, a través de su coordinadora de cultura, Iliana Pozos y la directora de Desarrollo Social, Leticia Carrillo. Hago votos porque la cultura nunca más sea considerada mero requisito burocrático de lo políticamente correcto, para que se convierta en parte esencial del desarrollo de un municipio y un país.
(*) Jesús Ramón Ibarra gano, en 2005, el Premio Nacional de Poesía de San Román.
JOSÉ LANDA
FICHA LITERARIA COMPACTA
Escritor y periodista campechano. Desde 1993, ha publicado una docena de libros en Campeche, Ciudad de México, Guadalajara y España, de los cuales seis son individuales, entre los que se cuentan La Confusión de las Avispas, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en 1997 y el más reciente, Mirar desde el Oscuro Laberinto, de Ciudad del Carmen 2006. Entre los colectivos se encuentra Proemio Seis, publicado en Granada, España, este 2006. Ha obtenido 15 reconocimientos, entre ellos el Premio de Poesía José Gorostiza, de Tabasco, 1994, y la beca de creación literaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 2004 ganó el Premio Nacional de Poesía de los Juegos Florales de San Román.
viernes, mayo 11, 2007
Despertar sonoro: Vivo sueño
Comentario a la obra de Cosme Álvarez
LEONEL RODRÍGUEZ
UMBRAL: LUZ ENTRE LA NIEBLA
México, circa 1983. Años de cierto auge, aunque la recesión del año pasado ha causado estragos. Se vive con la inercia de treinta años de crecimiento económico y cierto esplendor cultural. Para un joven que descubre una nueva soledad y también a los otros, a la mujer —otra entraña—, la ciudad y los libros son el combustible que alienta a recorrer ese escenario múltiple: desde la Ciudad de México, hasta el norte de Sinaloa y puntos intermedios, laterales, el viajero teje redes de significado, relaciones que habrán de enlazar palabras —versos que en esos años son la mirada silenciosa de un joven poeta que llena cuadernos, habitante de una ciudad hoy desconocida e inexistente, acaso recordada por algunos; escenario vacío, o en proceso de vaciarse, después de 1985.
Sin duda, se trataba de una Ciudad de México que ya no está ahí. Ciudad de caminantes, andar por ciertas calles era inmiscuirse en las atmósferas y en el ser de la gente que uno descubría en las páginas de Renato Leduc o Efraín Huerta; los parques de las colonias Roma y Condesa eran y son el aire que respiran muchas novelas de Juan García Ponce; si la curiosidad nos llevaba a las librerías del sur era probable ver a Juan Rulfo, tal vez el mismo día que uno había terminado de leer ¡Diles que no me maten! o la muerte de Susana San Juan en Pedro Páramo.
Como todavía es posible sentirlo, gracias a la herencia de apertura que generaciones como Contemporáneos y de La Casa del Lago hicieron realidad, los jóvenes llamados a la poesía sentían su pertenencia a la cepa que las obras de Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia: Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo: Julio Cortázar, Borges, Mario Vargas Llosa, José Lezama Lima: José Carlos Becerra: T. S. Eliot, Saint-John Perse: Henry Miller, D. H. Lawrence, Hermann Hesse, Lawrence Durrell: William Faulkner, Hermann Broch: Gérard de Nerval, Hölderlin y Novalis (por no hablar de músicos, pintores y cineastas) levantaban y levantan como un árbol.
Puede parecer que se habla de otro mundo. Quizá lo sea. Los más jóvenes, los más inquietos, percibían que la escritura y el arte eran elementos indispensables para vivir. Seguir este llamado, obedecer a los impulsos internos, despertaría la conciencia de un naufragio: en septiembre de 1985 todos supieron que la vida conocida se había derrumbado en las imágenes de aquellos días. Muchos de los viejos murieron por entonces, muchos jóvenes también, sin causa, por el peso de los hechos. Lo que siguió, para los vivos, fue un cambio de norte. Para ésos que perseveraron, la escritura se volvió intensamente la creación de un nuevo sentido, luz entre la niebla.
Se había vivido sobre la construcción de los fundadores. Al desmoronarse, el presente se mostraba como fundación que no termina.
ÉSOS QUE PERSEVERARON: PALABRAS QUE LLUEVEN SON MÁSCARAS
Cosme Álvarez (Villa de Ahome, 1964) es autor del poema en nueve cantos Vivo sueño (Ediciones sin nombre, Difocur, 2006); también de los poemarios El azar de los hechos (1998), El cántaro de fuego (1994) y Sombra subterránea (1992), publicado bajo el nombre de Cosme Almada. Como indica su año de nacimiento, Cosme Álvarez es parte de aquella camada de «últimos mohicanos» —entre otros: Jorge Fernández Granados, Luis Ignacio Helguera, Samuel Noyola, Pablo Soler Frost, Mario González Suárez— que convivieron, o tuvieron la posibilidad de hacerlo, con los artistas de la generación de La Casa del Lago, señaladamente con Juan García Ponce y Huberto Batis.
Este comentario del poema Vivo sueño comienza con la mención, no pormenorizada, de dos libros anteriores de Cosme Álvarez.
1. Sombra subterránea (1992)
Desde su primer poemario, la escritura de Cosme Álvarez define la identidad de su autor en el mundo. Las palabras de un poeta encuentran su acomodo fuera del ruido, en el silencio del escritor, sólo para volver al mundo, renovándolo y haciendo habitable un sentido. (La novedad de esto es antigua como un recién nacido que patalea sobre nuestra cama.)
Las palabras de un poeta quieren ser un arco que une la realidad con lo que no existe, pero está, con insistencia, en alguna parte: en el sueño, que al nombrarse queda libre de existir.
Sobre todo, la poesía dialoga con los hombres y con su realidad. Un poeta joven tiene el conocimiento de que su primera urgencia es hablar consigo mismo. Quiere verse y lloverse en sus palabras. Así se demuestra en Sombra subterránea, poemario donde una voz se dice sin complacencias —todavía parca en su nuevo decir, como un explorador de avanzada, cauteloso—, sin caer en un lenguaje excesivo.
«Las palabras —esa lejana memoria—, crean/ o destruyen al ser que les dio acomodo.» Así se crea en cada verso, con el cuidado de quien sabe que distinguir la creación de la destrucción es delicado. Se trata de un libro que, ya en 1992 (aunque escrito a lo largo de la década anterior), prefigura ciertas maneras de los poetas de la primera década del siglo XXI. Busca la realidad en una escritura que brota de la nada, más allá del desorden.
El poeta roba palabras, pero ellas lo usan para decirse con un sentido propio, distinto cada vez, diferente en cada poeta (Ver Nota al final).
2. El azar de los hechos (1998)
El siguiente libro de Cosme Álvarez es la visión de un hombre que mira con los ojos cerrados, hacia adentro. Esos ojos que intensamente miran, como dirá un verso del libro que ocupa este comentario y al cual todavía no llegamos, ya hablan en este libro. Ojos que dicen árboles, la herencia de las costumbres, pueblos y las urbes, sociedades donde las personas abandonan su nitidez. Los mástiles de barro, los hombres, gotean los días y se hacen invisibles en la noche, ¿para qué? No es casual que el poema final y más extenso se llame Oscura. Porque oscura es la raíz del día y si ha de buscarse algo, será en su fuente. Decirlo todo de nuevo. Para alcanzar la otra orilla que crece en nosotros/ haciendo estallar los puentes a la costa.
Oscura es cumbre y umbral dentro de la obra de Cosme Álvarez. Es una prenda completa en sí misma. Es producto de los hilos que comenzó a tejer en su primer libro (¿qué busco?, ¿cómo decir que no sé esto que veo?) y ofrece un punto de partida para la búsqueda de Vivo sueño.
Oscura se asoma al espacio entre los hilos que tejen la existencia tal como la tomamos a diario. Es decir: ve momentos acumulados entre las cosas. Es un semillero que germina en los ojos que lo leen, ramaje de existencia acunando con su copa la vida sin márgenes.
VIVO SUEÑO
Hablemos, pues, con la realidad. Habitemos el espacio que toca nuestra mirada. Lidiamos con un lenguaje que sólo puede aspirar a repetir el decir de la poesía para expresar su efecto. Explicar el poema es imposible. Vivo sueño, poema de Cosme Álvarez, es un poema verdadero. Desde esa línea nos acercamos a él, buscamos señalarlo como a un venado entre la maleza.
Frente a la llama de una vela, un hombre mira más allá de la materia que toca con sus manos. Su tacto es fugaz; los objetos largamente conocidos apuntan hacia la realidad de otros instantes; la mesa, la silla, son la mano del carpintero, son el bosque, robles y eucaliptos; son el vuelo de las aves regadoras de semillas...
Cobijado en la noche, el hombre se encuentra, al mismo tiempo, de pie en la obscuridad sin hora que no ofrece sustento: su desvelo recorre caminos que no han sido marcados; detrás de él no queda huella: un paso atrás no es un regreso a lo seguro; con cada avance, su cuerpo inventa el nuevo espacio que lo contiene. El hombre alumbra al mundo que lo rodea.
Así comienza nuestro diálogo con un libro de poesía. A cuenta gotas hasta topar el borde del vaso que contiene nuestro impulso. Porque queremos conversar con la realidad.
El poema convierte la mirada distraída del lector en la sustancia de la tierra, en la más negra tierra del subsuelo para que con ella palpemos la raíz del hombre-árbol, espiral de sueño y creación: verdadera cara tras la máscara aparente.
La raíz del hombre es su mirada; por ella, el hombre es transparencia, umbral que señala su otro lado —ahora ceniza, ahora fuego alado—; hombre que da cabida y cuerpo al envés del mundo: vena de lava pura: realidad.
Hay que decirlo: el orden que propone esta poesía es similar al de la vida, no es accesible si hacemos una lectura desatenta. El aliento del poema está puesto con tal evidencia, tan ahí, que al leerlo no se razona, nunca se nos pide raciocinio, mejor nos auxilia el agua clara de la percepción. Todo lo que se nos pide es ver.
Vivo sueño es un libro que habla con los elementos. Sus palabras no son distintas de las que hablamos con los otros en la calle. Al desplegar sus versos, sabemos con asombro que de alguna manera se nos dice lo evidente, pero es una evidencia perdida para la mayoría de nosotros que vivimos inmersos en las horas cotidianas; nuestro asombro se enciende en la certeza de que hemos estado, alguna vez, en el mismo sitio donde nos habla la voz del poema: lo que sabíamos entre brumas el poema lo dice sin tapujos.
En Vivo sueño se busca que hable la huella de esa evidencia perdida. Bajo riesgo de su identidad, el poeta ha rastreado el sentido de una experiencia vital. Como corresponde, el lector que llega a este libro por una necesidad tan imperiosa como la que hizo posible su escritura debe hacer lo propio y recrear el poema, de manera que se contemple esa huella que perdura en las palabras —esa espuma—, voces que son rastros de un sueño dotado de nueva vida por obra de la escritura, vivo sueño que resuena en un cuerpo de palabras: hoy se dice el despertar de un cuerpo, hoy camina en nuestra voz el andar de un fuego antiguo.
¿Qué dicen los nueve cantos de Vivo sueño?, ¿su cantar es la huella de qué ente?: dónde ha estado el hombre que así canta:
Surge una presencia antigua
cuyo extremo esta noche soy yo. (p. 56)
También:
El hombre, la vida y las palomas,
que sólo cuando mueren vuelan.
No importa; volaremos.
Nacerán nuevos hombres, se crearán nuevos destinos;
otra realidad en otra copa.
Por eso es ahora, la misma hora siempre,
y todos los lugares son el mundo. (p. 57)
En medio de un desfile de sonámbulos oímos la voz del hombre que está por decidir su vida:
¿Fui aquel adolescente que vagaba
por calles empedradas sin destino
en un pueblo de penumbra y ocaso,
yendo siempre de la noche hacia el día
con el rostro de antifaz heredado
en busca de una máscara de agua? (p. 93)
La lectura de estos versos tiene un sentido que acompaña. No se busca el tiempo que perdimos: se le dice, se desentraña esa huella, esa evidencia de lo perdido, para acercarnos a esa confluencia de cauces que es la vida y sus posibilidades, para rozarnos con nuestra pregunta en el espejo: ¿Cuál es el nombre del azar que ata letras, forma versos y los lanza para develar una diana introvertida?
La lectura de este poema nos desconcierta y nos mueve a despertar la conciencia de nuestra realidad: persistimos en un naufragio, de ahí que en ocasiones este canto nos rebase como agua amontonada sobre nuestro cuerpo; en otros momentos, nos encontramos en una calma chicha, el pulsar de los ojos sobre la savia del poema nos sumerge en su ambiente intenso: despertamos a su sentido sonoro y lo decimos sobre el techo de agua que nos llueve. Decimos el poema que nos dice. Así nos mantenemos a flote.
Para el poeta que le dio cabida en su obra, para el lector que lo recrea en la lectura, Vivo sueño es un punto de partida, ¿a partir de qué?, del silencio, útero que da luz a la conciencia de la duda; ¿son reales los hechos que forman la cáscara de eso que llamamos vida?; la indagación de Vivo sueño sugiere que la cosa del mundo, lo nombrado hasta la hartura de la lengua, es tan sólo una pausa que aceptamos; nuestros sentidos se abren y lo que nos inunda, en palabras del poema, es tremendidad.
Los nueve cantos de Vivo sueño dibujan una trayectoria sin puntos de referencia: es una sinfonía que surge del silencio, se yergue y abre el sonido de sus ramas, para después hundirse en un silencio nuevo, preñado con una manera de mirarnos inexistente antes del estallido de su música. Es la apuesta total a favor del SÍ de la vida sombría y luminosa, inexplicable. En un alto grado, se trata de un poema que consuela y alienta a los que intuyen en su sangre el rodar de un mundo extraño que merece ser expresado y vivido. La marginalidad de los sueños del hombre es la medida de su miseria. Como mendigos, los hombres habitamos una orilla de nuestra realidad.
Vivo sueño es el fuego de la fe del poeta Cosme Álvarez. Con este incendio, queda libre para escribir lo que desee, como un nuevo poeta; también queda en libertad de no escribir en absoluto. El poeta se sitúa en un más allá que no está en otra parte sino aquí mismo; la diferencia es que el mundo gira a su alrededor con un nuevo impulso. Su cantar forma realidad.
¿Qué mira el cantar del poema?
La pregunta cae en nosotros como en un pozo profundo; se desploma hacia la lisura del ojo de agua. Su trayectoria nos abandona en el silencio.
POESÍA DE COSME ÁLVAREZ:
-Cosme Almada. Sombra subterránea. México: CONACULTA, 1992. 82 p. (Fondo editorial Tierra adentro, 47)
-El azar de los hechos. México: Fondo de Cultura Económica, 1998. 87 p. (Letras mexicanas).
-Vivo sueño. México: Ediciones Sin Nombre, Difocur, 2006. 106 p. (Cuadernos de la salamandra).
NOTA
* El poeta toma palabras, flotan en el ambiente y no es necesaria la influencia directa. Donde T. S. Eliot (The Hollow Men) dice: «Shape without form, shade without color,/ Paralysed force, gesture without motion» («Figura sin forma, sombras sin color,/ fuerza paralizada, gesto sin movimiento.»), el poeta de Sombra subterránea dice:
X. SIN CUERPO NI FORMA
Cuando mi cuerpo se hunde en el tuyo,
¿qué es ello que empieza a besarse,
aquella quietud y silencio?
Hay un misterio que habita la carne,
ocurre desnudo.
El sentido es otro porque el poeta es otro.
LEONEL RODRÍGUEZ
UMBRAL: LUZ ENTRE LA NIEBLA
México, circa 1983. Años de cierto auge, aunque la recesión del año pasado ha causado estragos. Se vive con la inercia de treinta años de crecimiento económico y cierto esplendor cultural. Para un joven que descubre una nueva soledad y también a los otros, a la mujer —otra entraña—, la ciudad y los libros son el combustible que alienta a recorrer ese escenario múltiple: desde la Ciudad de México, hasta el norte de Sinaloa y puntos intermedios, laterales, el viajero teje redes de significado, relaciones que habrán de enlazar palabras —versos que en esos años son la mirada silenciosa de un joven poeta que llena cuadernos, habitante de una ciudad hoy desconocida e inexistente, acaso recordada por algunos; escenario vacío, o en proceso de vaciarse, después de 1985.
Sin duda, se trataba de una Ciudad de México que ya no está ahí. Ciudad de caminantes, andar por ciertas calles era inmiscuirse en las atmósferas y en el ser de la gente que uno descubría en las páginas de Renato Leduc o Efraín Huerta; los parques de las colonias Roma y Condesa eran y son el aire que respiran muchas novelas de Juan García Ponce; si la curiosidad nos llevaba a las librerías del sur era probable ver a Juan Rulfo, tal vez el mismo día que uno había terminado de leer ¡Diles que no me maten! o la muerte de Susana San Juan en Pedro Páramo.
Como todavía es posible sentirlo, gracias a la herencia de apertura que generaciones como Contemporáneos y de La Casa del Lago hicieron realidad, los jóvenes llamados a la poesía sentían su pertenencia a la cepa que las obras de Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia: Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo: Julio Cortázar, Borges, Mario Vargas Llosa, José Lezama Lima: José Carlos Becerra: T. S. Eliot, Saint-John Perse: Henry Miller, D. H. Lawrence, Hermann Hesse, Lawrence Durrell: William Faulkner, Hermann Broch: Gérard de Nerval, Hölderlin y Novalis (por no hablar de músicos, pintores y cineastas) levantaban y levantan como un árbol.
Puede parecer que se habla de otro mundo. Quizá lo sea. Los más jóvenes, los más inquietos, percibían que la escritura y el arte eran elementos indispensables para vivir. Seguir este llamado, obedecer a los impulsos internos, despertaría la conciencia de un naufragio: en septiembre de 1985 todos supieron que la vida conocida se había derrumbado en las imágenes de aquellos días. Muchos de los viejos murieron por entonces, muchos jóvenes también, sin causa, por el peso de los hechos. Lo que siguió, para los vivos, fue un cambio de norte. Para ésos que perseveraron, la escritura se volvió intensamente la creación de un nuevo sentido, luz entre la niebla.
Se había vivido sobre la construcción de los fundadores. Al desmoronarse, el presente se mostraba como fundación que no termina.
ÉSOS QUE PERSEVERARON: PALABRAS QUE LLUEVEN SON MÁSCARAS
Cosme Álvarez (Villa de Ahome, 1964) es autor del poema en nueve cantos Vivo sueño (Ediciones sin nombre, Difocur, 2006); también de los poemarios El azar de los hechos (1998), El cántaro de fuego (1994) y Sombra subterránea (1992), publicado bajo el nombre de Cosme Almada. Como indica su año de nacimiento, Cosme Álvarez es parte de aquella camada de «últimos mohicanos» —entre otros: Jorge Fernández Granados, Luis Ignacio Helguera, Samuel Noyola, Pablo Soler Frost, Mario González Suárez— que convivieron, o tuvieron la posibilidad de hacerlo, con los artistas de la generación de La Casa del Lago, señaladamente con Juan García Ponce y Huberto Batis.
Este comentario del poema Vivo sueño comienza con la mención, no pormenorizada, de dos libros anteriores de Cosme Álvarez.
1. Sombra subterránea (1992)
Desde su primer poemario, la escritura de Cosme Álvarez define la identidad de su autor en el mundo. Las palabras de un poeta encuentran su acomodo fuera del ruido, en el silencio del escritor, sólo para volver al mundo, renovándolo y haciendo habitable un sentido. (La novedad de esto es antigua como un recién nacido que patalea sobre nuestra cama.)
Las palabras de un poeta quieren ser un arco que une la realidad con lo que no existe, pero está, con insistencia, en alguna parte: en el sueño, que al nombrarse queda libre de existir.
Sobre todo, la poesía dialoga con los hombres y con su realidad. Un poeta joven tiene el conocimiento de que su primera urgencia es hablar consigo mismo. Quiere verse y lloverse en sus palabras. Así se demuestra en Sombra subterránea, poemario donde una voz se dice sin complacencias —todavía parca en su nuevo decir, como un explorador de avanzada, cauteloso—, sin caer en un lenguaje excesivo.
«Las palabras —esa lejana memoria—, crean/ o destruyen al ser que les dio acomodo.» Así se crea en cada verso, con el cuidado de quien sabe que distinguir la creación de la destrucción es delicado. Se trata de un libro que, ya en 1992 (aunque escrito a lo largo de la década anterior), prefigura ciertas maneras de los poetas de la primera década del siglo XXI. Busca la realidad en una escritura que brota de la nada, más allá del desorden.
El poeta roba palabras, pero ellas lo usan para decirse con un sentido propio, distinto cada vez, diferente en cada poeta (Ver Nota al final).
2. El azar de los hechos (1998)
El siguiente libro de Cosme Álvarez es la visión de un hombre que mira con los ojos cerrados, hacia adentro. Esos ojos que intensamente miran, como dirá un verso del libro que ocupa este comentario y al cual todavía no llegamos, ya hablan en este libro. Ojos que dicen árboles, la herencia de las costumbres, pueblos y las urbes, sociedades donde las personas abandonan su nitidez. Los mástiles de barro, los hombres, gotean los días y se hacen invisibles en la noche, ¿para qué? No es casual que el poema final y más extenso se llame Oscura. Porque oscura es la raíz del día y si ha de buscarse algo, será en su fuente. Decirlo todo de nuevo. Para alcanzar la otra orilla que crece en nosotros/ haciendo estallar los puentes a la costa.
Oscura es cumbre y umbral dentro de la obra de Cosme Álvarez. Es una prenda completa en sí misma. Es producto de los hilos que comenzó a tejer en su primer libro (¿qué busco?, ¿cómo decir que no sé esto que veo?) y ofrece un punto de partida para la búsqueda de Vivo sueño.
Oscura se asoma al espacio entre los hilos que tejen la existencia tal como la tomamos a diario. Es decir: ve momentos acumulados entre las cosas. Es un semillero que germina en los ojos que lo leen, ramaje de existencia acunando con su copa la vida sin márgenes.
VIVO SUEÑO
Hablemos, pues, con la realidad. Habitemos el espacio que toca nuestra mirada. Lidiamos con un lenguaje que sólo puede aspirar a repetir el decir de la poesía para expresar su efecto. Explicar el poema es imposible. Vivo sueño, poema de Cosme Álvarez, es un poema verdadero. Desde esa línea nos acercamos a él, buscamos señalarlo como a un venado entre la maleza.
Frente a la llama de una vela, un hombre mira más allá de la materia que toca con sus manos. Su tacto es fugaz; los objetos largamente conocidos apuntan hacia la realidad de otros instantes; la mesa, la silla, son la mano del carpintero, son el bosque, robles y eucaliptos; son el vuelo de las aves regadoras de semillas...
Cobijado en la noche, el hombre se encuentra, al mismo tiempo, de pie en la obscuridad sin hora que no ofrece sustento: su desvelo recorre caminos que no han sido marcados; detrás de él no queda huella: un paso atrás no es un regreso a lo seguro; con cada avance, su cuerpo inventa el nuevo espacio que lo contiene. El hombre alumbra al mundo que lo rodea.
Así comienza nuestro diálogo con un libro de poesía. A cuenta gotas hasta topar el borde del vaso que contiene nuestro impulso. Porque queremos conversar con la realidad.
El poema convierte la mirada distraída del lector en la sustancia de la tierra, en la más negra tierra del subsuelo para que con ella palpemos la raíz del hombre-árbol, espiral de sueño y creación: verdadera cara tras la máscara aparente.
La raíz del hombre es su mirada; por ella, el hombre es transparencia, umbral que señala su otro lado —ahora ceniza, ahora fuego alado—; hombre que da cabida y cuerpo al envés del mundo: vena de lava pura: realidad.
Hay que decirlo: el orden que propone esta poesía es similar al de la vida, no es accesible si hacemos una lectura desatenta. El aliento del poema está puesto con tal evidencia, tan ahí, que al leerlo no se razona, nunca se nos pide raciocinio, mejor nos auxilia el agua clara de la percepción. Todo lo que se nos pide es ver.
Vivo sueño es un libro que habla con los elementos. Sus palabras no son distintas de las que hablamos con los otros en la calle. Al desplegar sus versos, sabemos con asombro que de alguna manera se nos dice lo evidente, pero es una evidencia perdida para la mayoría de nosotros que vivimos inmersos en las horas cotidianas; nuestro asombro se enciende en la certeza de que hemos estado, alguna vez, en el mismo sitio donde nos habla la voz del poema: lo que sabíamos entre brumas el poema lo dice sin tapujos.
En Vivo sueño se busca que hable la huella de esa evidencia perdida. Bajo riesgo de su identidad, el poeta ha rastreado el sentido de una experiencia vital. Como corresponde, el lector que llega a este libro por una necesidad tan imperiosa como la que hizo posible su escritura debe hacer lo propio y recrear el poema, de manera que se contemple esa huella que perdura en las palabras —esa espuma—, voces que son rastros de un sueño dotado de nueva vida por obra de la escritura, vivo sueño que resuena en un cuerpo de palabras: hoy se dice el despertar de un cuerpo, hoy camina en nuestra voz el andar de un fuego antiguo.
¿Qué dicen los nueve cantos de Vivo sueño?, ¿su cantar es la huella de qué ente?: dónde ha estado el hombre que así canta:
Surge una presencia antigua
cuyo extremo esta noche soy yo. (p. 56)
También:
El hombre, la vida y las palomas,
que sólo cuando mueren vuelan.
No importa; volaremos.
Nacerán nuevos hombres, se crearán nuevos destinos;
otra realidad en otra copa.
Por eso es ahora, la misma hora siempre,
y todos los lugares son el mundo. (p. 57)
En medio de un desfile de sonámbulos oímos la voz del hombre que está por decidir su vida:
¿Fui aquel adolescente que vagaba
por calles empedradas sin destino
en un pueblo de penumbra y ocaso,
yendo siempre de la noche hacia el día
con el rostro de antifaz heredado
en busca de una máscara de agua? (p. 93)
La lectura de estos versos tiene un sentido que acompaña. No se busca el tiempo que perdimos: se le dice, se desentraña esa huella, esa evidencia de lo perdido, para acercarnos a esa confluencia de cauces que es la vida y sus posibilidades, para rozarnos con nuestra pregunta en el espejo: ¿Cuál es el nombre del azar que ata letras, forma versos y los lanza para develar una diana introvertida?
La lectura de este poema nos desconcierta y nos mueve a despertar la conciencia de nuestra realidad: persistimos en un naufragio, de ahí que en ocasiones este canto nos rebase como agua amontonada sobre nuestro cuerpo; en otros momentos, nos encontramos en una calma chicha, el pulsar de los ojos sobre la savia del poema nos sumerge en su ambiente intenso: despertamos a su sentido sonoro y lo decimos sobre el techo de agua que nos llueve. Decimos el poema que nos dice. Así nos mantenemos a flote.
Para el poeta que le dio cabida en su obra, para el lector que lo recrea en la lectura, Vivo sueño es un punto de partida, ¿a partir de qué?, del silencio, útero que da luz a la conciencia de la duda; ¿son reales los hechos que forman la cáscara de eso que llamamos vida?; la indagación de Vivo sueño sugiere que la cosa del mundo, lo nombrado hasta la hartura de la lengua, es tan sólo una pausa que aceptamos; nuestros sentidos se abren y lo que nos inunda, en palabras del poema, es tremendidad.
Los nueve cantos de Vivo sueño dibujan una trayectoria sin puntos de referencia: es una sinfonía que surge del silencio, se yergue y abre el sonido de sus ramas, para después hundirse en un silencio nuevo, preñado con una manera de mirarnos inexistente antes del estallido de su música. Es la apuesta total a favor del SÍ de la vida sombría y luminosa, inexplicable. En un alto grado, se trata de un poema que consuela y alienta a los que intuyen en su sangre el rodar de un mundo extraño que merece ser expresado y vivido. La marginalidad de los sueños del hombre es la medida de su miseria. Como mendigos, los hombres habitamos una orilla de nuestra realidad.
Vivo sueño es el fuego de la fe del poeta Cosme Álvarez. Con este incendio, queda libre para escribir lo que desee, como un nuevo poeta; también queda en libertad de no escribir en absoluto. El poeta se sitúa en un más allá que no está en otra parte sino aquí mismo; la diferencia es que el mundo gira a su alrededor con un nuevo impulso. Su cantar forma realidad.
¿Qué mira el cantar del poema?
La pregunta cae en nosotros como en un pozo profundo; se desploma hacia la lisura del ojo de agua. Su trayectoria nos abandona en el silencio.
POESÍA DE COSME ÁLVAREZ:
-Cosme Almada. Sombra subterránea. México: CONACULTA, 1992. 82 p. (Fondo editorial Tierra adentro, 47)
-El azar de los hechos. México: Fondo de Cultura Económica, 1998. 87 p. (Letras mexicanas).
-Vivo sueño. México: Ediciones Sin Nombre, Difocur, 2006. 106 p. (Cuadernos de la salamandra).
NOTA
* El poeta toma palabras, flotan en el ambiente y no es necesaria la influencia directa. Donde T. S. Eliot (The Hollow Men) dice: «Shape without form, shade without color,/ Paralysed force, gesture without motion» («Figura sin forma, sombras sin color,/ fuerza paralizada, gesto sin movimiento.»), el poeta de Sombra subterránea dice:
X. SIN CUERPO NI FORMA
Cuando mi cuerpo se hunde en el tuyo,
¿qué es ello que empieza a besarse,
aquella quietud y silencio?
Hay un misterio que habita la carne,
ocurre desnudo.
El sentido es otro porque el poeta es otro.
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miércoles, mayo 09, 2007
Premios y más premios
NOTICIAS DESDE LA GUARIDA
2007, año de premios para escritores nacidos en Sinaloa
La literatura en Sinaloa vive, con sus poetas y narradores contemporáneos, uno de sus mejores momentos.
De la Generación de Babel a los Posmodernistas (nacidos entre 1918-1949 y aún vivos) se cuenta por lo menos con tres poetas notables.
De la Generación de Medio Siglo, nacidos en los cincuentas y conformada por dieciocho poetas, hay sin duda otros tres de indudable talento.
De los también dieciocho Poetas del Puente Nuevo, nacidos en los años sesentas, sobresalen ocho, tres de los cuales son reconocidos a nivel nacional.
La llamada -atinadamente- Generación Espontánea (nacidos entre 1970-1980) cuenta por ahora con quince autores, de entre lo cuales es fácil reconocer a seis poetas, dos de ellos ganadores ya de premios importantes.
La prosa escrita en Sinaloa o por sinaloenses motivó lo que se ha dado en llamar la Narrativa del Norte, y sus tres figuras centrales son Élmer Mendoza, Juan José Rodríguez y César López Cuadras.
En 2007, los dos premios de poesía con mayor importancia en México han sido otorgados a dos autores sinaloenses. El primero de ellos, Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por su libro El deseo postergado, que ya circula en librerías.
Enseguida, Jesús Ramón Ibarra (Culiacán, 1965) gana el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen por su libro Crónicas del Minton’s Playhouse.
Ahora, un narrador sinaloense, Álbaro Sandoval Medina, fue el ganador del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras/Border of Words 2006, por su obra Lodo en Tierra Santa.
De Sandoval Medina se tienen pocas noticias. Nació en Culiacán, en 1970, y reside en San Mateo, California. Se ha desempeñado como reportero y editor, y en 2005 obtuvo dos premios de periodismo por reportaje y crónica en Sinaloa.
El Premio Binacional se dirige a escritores mexicanos de hasta 35 años que residen en Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León, así como en entidades estadunidenses como California, Texas, Arizona y Nuevo México.
El premio es otorgado por el Centro Cultural Tijuana (Cecut) y el Programa Cultural Tierra Adentro. Los miembros del jurado, integrado este año por Mauricio Carrera y Eduardo Antonio Parra, y con la recomendación de Miguel Méndez, otorgaron el premio al libro de Álbaro Sandoval Medina "por tratarse de una novela escrita con un lenguaje preciso, poético y al mismo tiempo duro y árido".
viernes, mayo 04, 2007
Premio Gilberto Owen a Jesús Ramón Ibarra
El Owen, de nuevo en las manos de un poeta.
El reconocimiento otorgado a Jesús Ramón Ibarra redime al Premio Gilberto Owen.
COSME ÁLVAREZ
Desde finales de los años ochenta le llaman EL POETA. En 1989 fue merecedor del Premio Inés Arredondo, pero ya antes había dado muestras de su talento, publicando poemas en suplementos y revistas de Sinaloa.
Dos veces ganador del Premio Clemencia Isaura de Poesía -en 1994 con Barcos para armar y en 1997 con Amigo de las islas-, Jesús Ramón Ibarra merecidamente ha obtenido ahora el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2007 (la insitución convocante, Difocur, insiste en poner la fecha de la convocatoria y no la de la entrega del premio), mismo que le será otorgado el próximo 11 de mayo, a las siete de la noche, durante una ceremonia pública en el Museo de Arte de Sinaloa.
Jesús Ramón Ibarra nació en Culiacán, Sinaloa, el 29 de julio de 1965. A los 22 años de edad ingresó al taller de poesía impartido por Ricardo Hernández en la Universidad Autónoma de Sinaloa; en su juventud trabajó como corrector, y también fue comediante y mimo. Ha sido periodista cultural, investigador literario y diseñador gráfico. A principios de los años noventa aseguraba a sus amigos que prefería ser marinero y no poeta.
Melómano de altos vuelos y ferviente admirador de Miles Davis, Jesús Ramón ha dedicado poemas, libros enteros, al jazz, una de sus grandes pasiones.
El Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen es considerado hoy el segundo reconocimiento con mayor importancia en México. Desde hace algunos años, y particularmente en el género de poesía, comenzaba a perder credibilidad y fuerza debido a que -como en el caso de Dana Gelinas y el Aguascalientes- algunos autores y los libros premiados carecen de importancia, de propuesta y de una mínima calidad.
En esta edición, el Jurado estuvo compuesto por Santiago Matías, Eduardo Milán, y por nuestro amigo, paisano, y reciente ganador del Premio Aguascalientes, el poeta Mario Bojórquez, quienes unánimemente acordaron galardonar al libro Crónicas del Minton’s Playhouse -que Jesús Ramón firmó con el pseudónimo “It’s easy to remember”-, porque “lo original de su propuesta se corresponde con el tema: la poetización del género periodístico, que le otorga frescura en la atinada asimilación de sus vertientes formales, la revelación de un mundo no poéticamente prestigiado a través de los recursos de improvisación, síncope, línea de fuga y la recuperación del paisaje nocturno representado por los bajos fondos urbanos”.
El viernes 4 de mayo, dos periodistas (uno sinaloense, el otro de la Ciudad de México) pidieron mi punto de vista sobre la decisión del Jurado. No dudé al responderles con dos frases simples pero para mí ciertas. Al primero le dije: "El Owen, de nuevo en las manos de un poeta". Al segundo: "El reconocimiento otorgado a Jesús Ramón Ibarra redime al Premio Gilberto Owen".
Quienes integramos la comunidad del blog Poesía en Sinaloa compartimos un doble festejo: por Jesús Ramón, pero también por la poesía misma.
LIBROS DE JESÚS RAMÓN IBARRA
Paraíso disperso (1991)
Defensa del viento (1994)
Barcos para armar (1998)
El arte de la pausa (2006)
PREMIOS RECIBIDOS
1994 y 1997 Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura
2005 Premio Nacional de Poesía San Román
2007 Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen
miércoles, mayo 02, 2007
Consideraciones, acaso un acercamiento provisional, a una poética
MIJAIL LAMAS
Siempre escribo para explicarme las cosas, para encontrar respuestas, para entender mi realidad más inmediata, quizá por eso siempre registro los acontecimientos más próximos a mi experiencia vital. Aunque todo lo anterior resulte una obviedad es necesario decirlo.
Siempre escribo para explicarme las cosas, para encontrar respuestas, para entender mi realidad más inmediata, quizá por eso siempre registro los acontecimientos más próximos a mi experiencia vital. Aunque todo lo anterior resulte una obviedad es necesario decirlo.
Hace algunos años, al darse el cambio de siglo, me dio por reflexionar sobre mi época, nada más inmediato que eso; discurrir sobre el pulso de la calle, de cómo esta influía en el amor, la amistad y otros sentimientos y de cómo estos se adaptaban o eran modificados por el entorno y la tecnología; el corazón y la mente encerrados en la soledad de las oficinas: Con todo eso vino una reflexión que me ocupo mucho tiempo: el quehacer del poeta en una época donde lo único que importa son los parámetros que miden la eficiencia y la producción. Me había venido apoyando en el discurso de los poetas de fin de siglo XIX y principio del XX, me emocionaba su anhelo de ruptura y cómo asimilaban con asombro la pirotecnia del progreso, esos discursos eran sentenciosos, optimistas algunos de ellos , otros terribles y sin esperanza. De aquellos modelos pretendía adquirir la verdad para descifrar mi época.
No me engañaba del todo, sabía que conceptos como modernidad y progreso estaban sobrepasados hace tiempo, lo que buscaba era el andamiaje crítico de esos textos. Sabía que el sujeto lírico que hablara en mis versos no debería tener concesiones ni consigo mismo, confieso que no creo haberlo logrado del todo.
En estas aspiraciones el elemento formal no destacaba, había practicado una versificación irregular en estos poemas, si algo de música hay en ellos es una muy acompasada, la música de un pensamiento enfocado más en lo que se dice que en el como se dice. Reconozco que en materia rítmica, hasta ese momento, no había nada establecido de manera deliberada, ya que carecía de una formación formal al respecto.
La mezcla tanto temática como rítmica dio como resultado un libro desbordado en la extensión de algunos textos, pero el libro en su totalidad, por bueno sólo tiene algún aventurado reclamo a nuestra época y la afortunada creación de un personaje: un hombre frente al monitor de una computadora, lugar en el que ha pasado más tiempo que frente al rostro de su amada.
En un panorama general diré que los versos elaborados en ese entonces se quedaban en una mera superficialidad, tan superficial como la época que pretendían retratar.
Ahora soy más ambicioso, hoy hablo del amor.
Para hacerlo me es necesario zambullirme hasta el fondo, no sólo a nivel sentimental. Para poder aprehender el amor en el poema y a su vez lograr explicármelo tengo que ir más lejos. Sólo un mejor conocimiento y uso de mis herramientas me lo permitirán.
Estos versos que ahora escribo han ganado en sobriedad, una mayor contención del sentimiento, una contundencia en la concreción del elemento poético gracias a un mayor conocimiento de mi material de trabajo. Todo lo anterior ha sido posible gracias a la intencionada reducción en el tamaño de los versos, lo cual es directamente proporcional a la capacidad de síntesis expresiva de los mismos. Esto ha sido posible gracias a combinaciones métricas regulares de versos endecasílabos y heptasílabos, así como encabalgamientos en el segundo hemistiquio de los endecasílabos y de los alejandrinos en el caso de algunos de mis poemas más logrados; igualmente combinaciones menos regulares de versos que oscilan entre los de cinco silabas a los de quince.
La consigna ha sido desde entonces convertir al poema en una maquinaría precisa, cada estrofa un organismo sólido y flexible que se comunique de manera natural en forma descendente con las otras, y cada verso una flecha certera y desbordante de sentido.
Aún espero los resultados, así como no hay nada definitivo.
UNA CREENCIA
Consideremos que no será posible lograr una nueva forma de expresión poética sin partir de la comprensión de nuestra tradición y las posibilidades que nos da el conocimiento de las formas clásicas y lo que en estas subyace.
Lo original parte de la reflexión que hagamos de nuestro origen y el reconocimiento del pasado.
Creo en la libertad del verso por el conocimiento del mismo, la libertad de un canto que fluye sin tropiezo es resultado de un atento estudio y conocimiento de su naturaleza; sin este conocimiento corremos el riesgo de repetirnos por no tener más posibilidades a nuestro alcance.
Para decirlo con Horacio
Pero si yo no puedo aquestas reglas
guardar, ni lo propuesto de las veces,
ni darles sus colores a la obras,
¿para que me saludan por poeta?
¿Y por qué quiero más desvergonzado
ignorar neciamente que aprenderlo?
(Arte poética)
Atendamos lo que nos dice Severo Sarduy:
En un momento en que la poesía ha llegado a un grado de total distensión, es decir de total insignificancia –en el sentido más semiológico del término-, en que cualquier acumulación de adjetivos se califica de "barroca", y cualquier pereza de "haiku", creo que un regreso a lo más riguroso, a los más formal, a ese código que es también una libertad…
Así las cosas.
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lunes, abril 30, 2007
INVITACIÓN A FOTÓGRAFOS EN SINALOA
El Blog POESÍA EN SINALOA invita a todos los fotógrafos del estado a crear en este sitio una galería con su trabajo. Los interesados pueden enviar sus fotos a alvarez.cosme@gmail.com con absoluta garantía de sus derechos de autor. La idea es mantener una exposición permanente en nuestra página.
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jueves, abril 26, 2007
Premios Clemencia Isaura de Poesía (1925-2007)
El Premio Clemencia Isaura es hoy uno de los reconocimientos literarios con mayor importancia en Sinaloa. Desde sus inicios, en 1925, el criterio de los jurados ha sido bastante pobre en numerosas ocasiones; algunos de los trabajos premiados están más cerca de la prosa que del poema, y no puede decirse que se trate de una prosa afortunada; muchos de quienes compusieron esas líneas no son poetas ni dedicaron su vida a la poesía.
Un libro que incluya todos los textos del Premio Clemencia Isaura es completamente innecesario. Quizá valdría la pena publicar una selección de los materiales, la cual debería limitarse a los poemas de Alejandro Hernández Tyler, Carlos McGregor Giacinti, Miguel N. Lira, Elías Nandino, Margarita Paz Paredes, Jorge Adalberto Vázquez, Chayo Uriarte, Ernesto Moreno Machuca, Juana Meléndez, Desiderio Macías, Miguel Ángel Menéndez, Abigail Bohórquez, Luis Alveláis, Bernardo Elenes, Guillermo Llanos, Dolores Castro, Raúl Cáceres Carenzo, Enriqueta Ochoa, Luis Girarte, Miguel Ángel Hernández, Jesús Ramón Ibarra, Mario Bojórquez, Luis Armenta Malpica, César Carrizales, Alejandro Ramírez Arballo, Rubén Rivera, Ignacio Ruiz Pérez, Jeremías Marquínez, Álvaro Solís y Leonel Rodríguez.
1925
Leopoldo Ramos, A las mujeres mexicanas
Alejandro Hernández Tyler (2º lugar en poesía)
1926-1927
No hubo certamen
1928
Manuel Torre Iglesias, El poema de la patria
Alejandro Hernández Tyler, Torre de Babel (2º premio)
1929-1933
No hubo certamen
1934
Horacio Zúñiga, Salve Alegría
1935-1936
No hubo certamen
1937
Alejandro Hernández Tyler, Alcancía de Romances
Carlos McGregor Giacinti, Oblación (2º premio)
1938
Horacio Zúñiga, Tríptico de tierra, del mar y del cielo
Carlos G. Chaval, Noches de Mazatlán (2º premio)
1939
Manuel Torre Iglesias, Alma de México
1940
Carlos G. Chaval, Tríptico de la lluvia, del viento y del mar
Horacio Zúñiga, Suave lección (2º premio)
1941
Miguel N. Lira, Corrido del marinerito
Antonio Acevedo Gutiérrez, Canto al mar Pacífico (2º premio)
1942
Solón Zabre, Canciones para que los niños jueguen a la ronda
1943
Carlos McGregor Giacinti, Romance de Vida y Muerte, y Canto a la América joven
Carlos Osuna Góngora, Canto a mi tierra (primer premio/ segundo tema)
Edmundo Félix Belomonte, Canto a Mazatlán (tercer premio/segundo tema)
1944
Carlos McGregor Giacinti, Cuatro romances marinos
Rosario A. de Cisneros (1er lugar/segundo tema)
1945
J. Jesús Reyes Ruiz, Teoría sobre el mar de Mazatlán, y Mar (mención de honor)
1946
Vicente Echeverría del Prado, Los linderos de la hora
Daniel Cadena Z., Intemporal sueño (1er lugar/segundo tema)
1947
Carlos McGregor Giacinti, Balada de un lucero perdido
1948
Miguel Álvarez Acosta, Sintonía litoral
Elías Nandino, Décimas a la flor (segundo premio)
1949
Roberto Cabral del Hoyo, Madura soledad
Alfredo Perea Mena (segundo lugar poesía)
1950
Miguel Álvarez Acosta, Geovivencia cardinal
Joaquín Cacho García, Pájaros del ocaso (segundo premio)
Juan Guilubri, Poemas del Mar (tercer premio)
1951
Margarita Paz Paredes, Elegía del amor que nunca muere
Ernesto Moreno Machuca, Sinfonía cósmica (segundo premio)
Víctor José Peredo, Diálogo marino (mención honorífica)
1952
Joaquín Cacho García, El candelabro de las siete luces
1953
Arquímedes Jiménez Vega, Al mar
Ana Josefa Perere Q., Biografía tropical de América (segundo premio)
Jorge Adalberto Vázquez, Gozo del dolor y amor (tercer premio)
1954
Ernesto Moreno Machuca, Raíces de la imagen, de la flor y del poeta
Daniel Cadena Z., Elegías de un amor imposible (segundo premio)
Guillermo Martínez Dávila, Oda antigua a Sinaloa (tercer premio)
1955
Carlos McGregor Giacinti, Décimas de la gota de agua
Rosario Uriarte de Atilano, Ausencia Sin Olvido (primer lugar/segundo tema)
El tercer tema, para estudiantes universitarios, fue declarado desierto.
1956
Salvador de la Cruz, Salutación al océano
1957
Ernesto Moreno Machuca, Biografía del mar
1958
Carlos McGregor Giacinti, Epístola provinciana
1959
Carlos McGregor Giacinti, Décimas enamoradas
1960
Juana Meléndez de Espinoza, La flor más brillante (certamen para poetas laureados)
Desiderio Macías, Por las altas estrellas (certamen para poetas no laureados)
1961
Carlos Mc Gregor Giacinti, El poema de pueril confesión
1962
Pablo Cabrera, Las voces del universo
1963
Miguel Ángel Menéndez, La teoría del naufragio
Abigail Bohórquez, Oda marina a Claude Debussy. (Premio accésit)
1964
Abigail Bohórquez, Canciones por Laura
1965-1966
El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al Certamen poético.
1967
Ernesto Moreno Machuca, Declaración espiritual del hombre
1968
Luis Alveláis Pozos, Canciones de tierra y paraíso
1969-1972
El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al Certamen poético.
1973
Bernardo Elenes Habas, Nocturno triste
1974
Héctor Ordóñez Pardo, Y acontecieron las palabras
1975
Raúl Flores Villarreal, Pax de quarte
1976
Luis Ríos Urzúa, Vocerío de soledades
1977
Luis Alveláis Pozos, EL poema del retorno
1978
Fue declarado desierto por falta de calidad en los trabajos presentados.
1979
Guillermo Llanos, Esta ciudad existe
1980
Dolores Castro de Peñalosa, ¿Qué es lo vivido?
1981
Raúl Cáceres Carenzo, Sueña el mar
1982
Luis Girarte, Los signos rescatados
1983
Enriqueta Ochoa, Elegía
1984
El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1985
Herminio Martínez, Cantos de tierra adentro
1986
Alicia Uzcanga, Recuerdos de cristal
1987
Fue declarado desierto por el comité organizador. Se dice que aún hay una historia sin contar relacionada con las razones por las que el premio no fue entregado este año, el primero en la administración de Francisco Labastida Ochoa.
1988
Ernesto Moreno Machuca, Donde se habla de amor
1989
Marcela González de Rico, Memorias de sal
1990
Luis Girarte, Silencios personales
1991
Miguel Ángel Hernández Rubio, Caja vacía de cerillos
1992
José de Jesús de Loza Páiz, Confesión del fugitivo
1993
Abigail Bohórquez, Églogas y canciones del otro amor
1994
Jesús Ramón Ibarra, Barcos para armar
1995
Mario Bojórquez, La mujer disuelta
1996
Luis Armenta Malpica, Voluntad de la luz
1997
Jesús Ramón Ibarra, Amigo de las islas
1998
César Carrizales, Palabras y espada
1999
Alejandro Ramírez Arballo, El vértigo de la ciudad dormida
2000
Rubén Rivera García, Al fuego de la panga
2001
León Plascencia Ñol, Las desapariciones
2002
Ignacio Ruiz Pérez, Navegaciones
2003
Jeremías Marquínez, Varias especies de animales extraños
2004
Jorge Ochoa, Totorotos
2005
José Javier Reyes Méndez, Cenizas de horas
2006
Luis Jorge Boone , Discovery Channel y otros poemas
Mención especial: Margarito Cuéllar, El arte de la fuga o J. S. Bach para principiantes
2007
Álvaro Solís Castillo, Cantalao
2008
Leonel Rodríguez, Dolor de nombre
Un libro que incluya todos los textos del Premio Clemencia Isaura es completamente innecesario. Quizá valdría la pena publicar una selección de los materiales, la cual debería limitarse a los poemas de Alejandro Hernández Tyler, Carlos McGregor Giacinti, Miguel N. Lira, Elías Nandino, Margarita Paz Paredes, Jorge Adalberto Vázquez, Chayo Uriarte, Ernesto Moreno Machuca, Juana Meléndez, Desiderio Macías, Miguel Ángel Menéndez, Abigail Bohórquez, Luis Alveláis, Bernardo Elenes, Guillermo Llanos, Dolores Castro, Raúl Cáceres Carenzo, Enriqueta Ochoa, Luis Girarte, Miguel Ángel Hernández, Jesús Ramón Ibarra, Mario Bojórquez, Luis Armenta Malpica, César Carrizales, Alejandro Ramírez Arballo, Rubén Rivera, Ignacio Ruiz Pérez, Jeremías Marquínez, Álvaro Solís y Leonel Rodríguez.
1925
Leopoldo Ramos, A las mujeres mexicanas
Alejandro Hernández Tyler (2º lugar en poesía)
1926-1927
No hubo certamen
1928
Manuel Torre Iglesias, El poema de la patria
Alejandro Hernández Tyler, Torre de Babel (2º premio)
1929-1933
No hubo certamen
1934
Horacio Zúñiga, Salve Alegría
1935-1936
No hubo certamen
1937
Alejandro Hernández Tyler, Alcancía de Romances
Carlos McGregor Giacinti, Oblación (2º premio)
1938
Horacio Zúñiga, Tríptico de tierra, del mar y del cielo
Carlos G. Chaval, Noches de Mazatlán (2º premio)
1939
Manuel Torre Iglesias, Alma de México
1940
Carlos G. Chaval, Tríptico de la lluvia, del viento y del mar
Horacio Zúñiga, Suave lección (2º premio)
1941
Miguel N. Lira, Corrido del marinerito
Antonio Acevedo Gutiérrez, Canto al mar Pacífico (2º premio)
1942
Solón Zabre, Canciones para que los niños jueguen a la ronda
1943
Carlos McGregor Giacinti, Romance de Vida y Muerte, y Canto a la América joven
Carlos Osuna Góngora, Canto a mi tierra (primer premio/ segundo tema)
Edmundo Félix Belomonte, Canto a Mazatlán (tercer premio/segundo tema)
1944
Carlos McGregor Giacinti, Cuatro romances marinos
Rosario A. de Cisneros (1er lugar/segundo tema)
1945
J. Jesús Reyes Ruiz, Teoría sobre el mar de Mazatlán, y Mar (mención de honor)
1946
Vicente Echeverría del Prado, Los linderos de la hora
Daniel Cadena Z., Intemporal sueño (1er lugar/segundo tema)
1947
Carlos McGregor Giacinti, Balada de un lucero perdido
1948
Miguel Álvarez Acosta, Sintonía litoral
Elías Nandino, Décimas a la flor (segundo premio)
1949
Roberto Cabral del Hoyo, Madura soledad
Alfredo Perea Mena (segundo lugar poesía)
1950
Miguel Álvarez Acosta, Geovivencia cardinal
Joaquín Cacho García, Pájaros del ocaso (segundo premio)
Juan Guilubri, Poemas del Mar (tercer premio)
1951
Margarita Paz Paredes, Elegía del amor que nunca muere
Ernesto Moreno Machuca, Sinfonía cósmica (segundo premio)
Víctor José Peredo, Diálogo marino (mención honorífica)
1952
Joaquín Cacho García, El candelabro de las siete luces
1953
Arquímedes Jiménez Vega, Al mar
Ana Josefa Perere Q., Biografía tropical de América (segundo premio)
Jorge Adalberto Vázquez, Gozo del dolor y amor (tercer premio)
1954
Ernesto Moreno Machuca, Raíces de la imagen, de la flor y del poeta
Daniel Cadena Z., Elegías de un amor imposible (segundo premio)
Guillermo Martínez Dávila, Oda antigua a Sinaloa (tercer premio)
1955
Carlos McGregor Giacinti, Décimas de la gota de agua
Rosario Uriarte de Atilano, Ausencia Sin Olvido (primer lugar/segundo tema)
El tercer tema, para estudiantes universitarios, fue declarado desierto.
1956
Salvador de la Cruz, Salutación al océano
1957
Ernesto Moreno Machuca, Biografía del mar
1958
Carlos McGregor Giacinti, Epístola provinciana
1959
Carlos McGregor Giacinti, Décimas enamoradas
1960
Juana Meléndez de Espinoza, La flor más brillante (certamen para poetas laureados)
Desiderio Macías, Por las altas estrellas (certamen para poetas no laureados)
1961
Carlos Mc Gregor Giacinti, El poema de pueril confesión
1962
Pablo Cabrera, Las voces del universo
1963
Miguel Ángel Menéndez, La teoría del naufragio
Abigail Bohórquez, Oda marina a Claude Debussy. (Premio accésit)
1964
Abigail Bohórquez, Canciones por Laura
1965-1966
El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al Certamen poético.
1967
Ernesto Moreno Machuca, Declaración espiritual del hombre
1968
Luis Alveláis Pozos, Canciones de tierra y paraíso
1969-1972
El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al Certamen poético.
1973
Bernardo Elenes Habas, Nocturno triste
1974
Héctor Ordóñez Pardo, Y acontecieron las palabras
1975
Raúl Flores Villarreal, Pax de quarte
1976
Luis Ríos Urzúa, Vocerío de soledades
1977
Luis Alveláis Pozos, EL poema del retorno
1978
Fue declarado desierto por falta de calidad en los trabajos presentados.
1979
Guillermo Llanos, Esta ciudad existe
1980
Dolores Castro de Peñalosa, ¿Qué es lo vivido?
1981
Raúl Cáceres Carenzo, Sueña el mar
1982
Luis Girarte, Los signos rescatados
1983
Enriqueta Ochoa, Elegía
1984
El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1985
Herminio Martínez, Cantos de tierra adentro
1986
Alicia Uzcanga, Recuerdos de cristal
1987
Fue declarado desierto por el comité organizador. Se dice que aún hay una historia sin contar relacionada con las razones por las que el premio no fue entregado este año, el primero en la administración de Francisco Labastida Ochoa.
1988
Ernesto Moreno Machuca, Donde se habla de amor
1989
Marcela González de Rico, Memorias de sal
1990
Luis Girarte, Silencios personales
1991
Miguel Ángel Hernández Rubio, Caja vacía de cerillos
1992
José de Jesús de Loza Páiz, Confesión del fugitivo
1993
Abigail Bohórquez, Églogas y canciones del otro amor
1994
Jesús Ramón Ibarra, Barcos para armar
1995
Mario Bojórquez, La mujer disuelta
1996
Luis Armenta Malpica, Voluntad de la luz
1997
Jesús Ramón Ibarra, Amigo de las islas
1998
César Carrizales, Palabras y espada
1999
Alejandro Ramírez Arballo, El vértigo de la ciudad dormida
2000
Rubén Rivera García, Al fuego de la panga
2001
León Plascencia Ñol, Las desapariciones
2002
Ignacio Ruiz Pérez, Navegaciones
2003
Jeremías Marquínez, Varias especies de animales extraños
2004
Jorge Ochoa, Totorotos
2005
José Javier Reyes Méndez, Cenizas de horas
2006
Luis Jorge Boone , Discovery Channel y otros poemas
Mención especial: Margarito Cuéllar, El arte de la fuga o J. S. Bach para principiantes
2007
Álvaro Solís Castillo, Cantalao
2008
Leonel Rodríguez, Dolor de nombre
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lunes, abril 23, 2007
Sinaloa, tierra de escritores, no de librerías
LEONEL RODRÍGUEZ
Se sabe que Sinaloa ha sido cuna de hombres importantes para la vida nacional. Aquí nacieron o se criaron muchos poetas. En el primer caso tenemos al Contemporáneo Gilberto Owen, quien nació en El Rosario y ramificó su talento en el centro del país y en el extranjero. En el segundo caso está Enrique González Martínez, nacido en Guadalajara, que llegó a Sinaloa de Leyva cuando tenía 25 años y se casó, tuvo hijos (entre ellos, el también poeta Enrique González Rojo), escribió Preludios (publicado en Mazatlán por la Imprenta Retes) y después, reubicado en Mocorito, Lirismos, Silénter y Los senderos ocultos; ahí mismo se asoció con Sixto Osuna para formar la revista Arte.
Podemos decir que nuestro estado es tierra que da escritores de calidad, a un buen ritmo, como si fueran matas de otra yerba. Pero Sinaloa no es una tierra que acoja los libros. Aquí simplemente no hay libros. Ni siquiera los que escriben los sinaloenses.
Me explico. Desde el último trimestre del año pasado (2006) yo y otros lectores esperamos la llegada a Culiacán de tres libros de poesía. No se encuentran, y los encargados de las librerías-revisterías simplemente no saben si algún día llegarán a sus estantes. Los tres libros de poesía son los fantasmas que recorren nuestras librerías (que no son muchas). Llegué a suponer que la comunicación con la Ciudad de México (donde se editaron los tres) seguía siendo mala, malísima. Pero después supe que no era así: hace muy poco tiempo hubo una presentación de estos libros en el Casino de la Cultura de Culiacán y en noviembre de 2006 se presentó uno de los libros en la Feria del Libro de Los Mochis. Los tres libros estuvieron a la venta entonces. Pero sucede que simplemente no puedo encontrarlos en las librerías. Ni yo ni nadie. Es como si los libros se negaran a ser distribuidos. Amigos de Los Mochis y de Mazatlán me dicen que allá también les faltan. Encontramos (si buscamos de prisa) la edición de aniversario de Cien años de soledad, los libros de Élmer Mendoza y otros de la llamada avanzada del norte. Muy bien, qué bueno que no falten; pero, ¿qué sucede con los libros de poesía reciente de nuestros escritores?
Estos son los nombres de lo tres fantasmas que recorren nuestro estado: Los vientos enemigos (2006), de Felipe Mendoza; Música de cuatro espejos (2006), de Rubén Rivera y Vivo sueño (2006), de Cosme Álvarez.
Leonel Rodríguez nació en 1978. Es autor de Tu piel paciente (2004), libro de poemas también desaparecido, nunca encontrado en las librerías.
jueves, abril 19, 2007
Poética
LEONEL RODRÍGUEZ
Yo soy el mundo. Aquí soy el mundo,
está en la palabra.
Limpio espacio
crece en la mirada,
su ramaje abre una sonrisa
en el rostro de una ella,
desconocida.
Decirle la sonrisa al mundo
es la lluvia que rebosa la vasija
donde alguno bebe su reflejo.
Sin mirada, el hombre es exiliado,
sombra entre fantasmas.
Cuando yo es Nadie
el punto del ojo es el espacio iluminado,
es el fondo del tejido,
viento entre las hojas de palmera,
río que cuenta sus dedos de oro y verde,
carne del mundo en la cara del poeta.
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viernes, marzo 30, 2007
René Higuera, 5 poemas
I
puerta
piedra bruta
polvo
asciende
no hay
ninguna parte
II
no da
no muestra cómo
no dice dónde el río
huelo la brisa y la humedad se siente negra
inventa los peces
pregúntales su forma
III
boca de ríos
la hierba crece
y un árbol
rojo
que no se mira
IV
repite el fuego
repite tóxica la sombra bajo brazos
si logras llegar al árbol
no se ve lo rojo
pero lo rojo
sigue ahí
V
había
sobre los techos
verde
una mujer
de ojos
la vi repetirse en la pantalla
la vi tendida contra el mundo de un retrovisor
la vi bola de estambre en el juego de la noche
vestida de rojo rodar por los techos
su cuerpo era
de cristal
y ella
no estaba detrás
cuando las piedras
puerta
piedra bruta
polvo
asciende
no hay
ninguna parte
II
no da
no muestra cómo
no dice dónde el río
huelo la brisa y la humedad se siente negra
inventa los peces
pregúntales su forma
III
boca de ríos
la hierba crece
y un árbol
rojo
que no se mira
IV
repite el fuego
repite tóxica la sombra bajo brazos
si logras llegar al árbol
no se ve lo rojo
pero lo rojo
sigue ahí
V
había
sobre los techos
verde
una mujer
de ojos
la vi repetirse en la pantalla
la vi tendida contra el mundo de un retrovisor
la vi bola de estambre en el juego de la noche
vestida de rojo rodar por los techos
su cuerpo era
de cristal
y ella
no estaba detrás
cuando las piedras
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René Higuera
domingo, marzo 25, 2007
SOBRE POESÍA
Leonel Rodríguez
En los últimos días ha surgido en el ambiente cultural de Los Mochis la pregunta de para qué sirve la poesía, cuál es su utilidad, si tiene alguna, en el momento que vivimos. Como interesado del tema y aprovechando el espacio que se me ofrece, me dispongo a dar mi punto de vista. De inicio debemos aclarar que la poesía no sirve, ni se pretende que sirva, para ganar dinero. De igual manera, la poesía no es un producto fabricado en serie ni un artículo que dé cabida a sentimientos de superioridad con respecto al hombre vecino. La poesía no es fragmentación, división ni ceguera.
La poesía escrita es un lenguaje que busca preguntas acerca de lo que está vivo y nos es más íntimo... A su vez, estas interrogaciones brotan de la vida misma, del hombre que ha despertado vitalmente. Al actuar así, la poesía descubre, a veces en modos imperceptibles de inmediato, el sitio que cubrimos en el mundo. El acto de dudar, de inquirir sobre lo misterioso, sobre los astros, sobre el inconsciente, es la manera verdaderamente real que tenemos los hombres de cobrar cabal sentido de nuestra posición y nuestros intereses. La vida es una fuerza inexpresable si no se actúa haciendo uso de la imaginación y la lucidez.
El hoy, el momento fugaz que vivimos, que podemos percibir como inabarcable, encuentra su razón de ser en el eterno presente del arte y particularmente en el orden que dibuja la poesía. Los poetas no buscan la evasión del mundo: quieren cambiar al hombre desde el hombre; el mundo no es más que una multitud de hombres en desorden.
Los poetas trabajan con el lenguaje; viven en él y le dan forma. Es en la poesía que se lee lo robusto de la lengua o su gradual empobrecimiento. La memoria de lo que fuimos, el saber de lo que somos esencialmente, está contenido en los mejores poemas: La tierra baldía de Eliot, La estación violenta de Paz, la obra de Novalis, la poesía clásica china, entre algunos otros, son todos ellos testimonio de la historia del hombre. Los arqueólogos creen descubrir las ruinas de los muros de Troya y a partir de este hecho levantan teorías, escriben historias acerca de la humanidad de otro tiempo: en realidad dan cuerpo, hoy, al sueño del poeta ciego Homero. El hombre triunfa con el lenguaje y las palabras formadoras de poemas que habitan su cerebro dando claridad a su rostro, a su ser: a su amor y su muerte. Si entendemos que la poesía, que se expresa verbalmente a través de los poemas, ofrece esta limpieza de mirada y entendimiento ¾junto al placer que implica descubrir esto¾ y con ello la definición de identidad: claridad de miras; acordaremos en que la poesía tiene una función que muy bien cabe en estos días.
Asentar públicamente una respuesta a la pregunta acerca de la utilidad de la poesía, que en cualquier caso tiene carácter estrictamente personal, es útil en el sentido de que puede propiciar una conversación entre los interesados en el tema ¾se hace la invitación desde ya: sería deseable ver en tinta los nombres de los poetas locales probándose en este ejercicio de crítica.
leonelrs@hotmail.com
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TU PIEL PACIENTE
de Leonel Rodríguez Santamaría
COSME ÁLVAREZ
El surgimiento de nuevos —y ya demasiados— escritores de poemas en nuestro país ha hecho cada vez más sinuoso el camino para los verdaderos poetas. En la mayoría de los casos, nos topamos con meros articuladores de prosa (de mala prosa, además) dispuesta escalonadamente «al modo de un poema». Como si esto no fuera suficiente, la profusión de libros insignificantes para el arte y para la poesía se multiplican escandalosamente por obra de un mero ejercicio burocrático provinente de las insufribles instituciones culturales que operan en casi todos los estados de la república, dispuestas a respaldar el itinerario pueril de sus agremiados por las dependencias gubernamentales pero no a la obra de arte.
Tu piel paciente, de Leonel Rodríguez Santamaría, aparece como uno de esos raros ejemplares escritos por un poeta, que si bien no ha hallado su voz definitiva, al menos se encuentra en la búsqueda del impulso que lo lleve a dar un verdadero salto creador hacia la más honda expresión del silencio que lo rodea. El poema que abre el libro, en la sección «Imagen y líneas», se anuncia a sí mismo como representación de esa búsqueda.
Este primer libro de Rodríguez Santamaría, breve, austero, en general consistente, es un río en crecida y sin duda tendrá derivaciones dentro de la geografía sinaloense, de donde surge. Con ecos de Walt Whitman y Li Po, entre los sonidos de una escritura que ensaya numerosas tradiciones poéticas, y sobrias resonancias de Eliot y de Villaurrutia, el estilo de Leonel Rodríguez —lector de Baudelaire y de Rilke, admirador de la poesía primitiva y de prosa de Lawrence Durrell— llega a ser por momentos el de un incendiario de la forma, como en el audaz poema «Haikú desbordado».
La mujer, el mar, el erotismo, los recuerdos; la calle como escenario de los sueños, la imagen de la experiencia que espera ser vivida, la realidad estallando en pedazos más allá de la vigilia, la poesía misma, temas recurrentes con los que Leonel Rodríguez se abre paso entre la maleza: «Un poema: una cara nunca vista /reencontrada para siempre». El arco del poeta está tenso, su poesía nos conmueve hondamente como una flecha en la oscuridad.
Micrós, d.f.
20 de diciembre de 2003
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